Estamos asistiendo a una profundización demencial del paradigma capitalista y de su ámbito
de dominio que ha desplazado sin pena ni pestañeo el concepto de sustentabilidad para usarlo
en el campo de las finanzas, disfrazando su afán de lucro con el argumento de incorporar las
externalidades ambientales. Argumentos para justificar una angurria fuera de toda proporción:
casi todo lo que existe en el mundo cumple un servicio y es una mercancía, todo será
considerado una inversión, todo cuenta como dinero.
El próximo paso será conquistar
nuestra imaginación.
Un documento denominado “Declaración del Capital
Natural (Un compromiso del sector financiero para
Río+20 y más allá)”, promovido por las Naciones
Unidas mediante la Iniciativa Financiera del Programa
para el Medio Ambiente, la Fundación Getulio Vargas
de Itamaratí del Brasil y el Global Canopy Programe en
el Foro Corporativo por la Sustentabilidad, ha
empezado a ser visible en el marco de la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre Río+20 en paralelo a los
documentos emanados de la negociación y
proponiendo una declaración que debe ser firmada por
las instituciones financieras internacionales y las
corporaciones.
El documento, fruto de 18 meses de preparación del
sector financiero, compromete a los signatarios a cuidar los recursos naturales, en particular el agua, y
aunque está presentado como una iniciativa sustentable, acompaña al lobby que las transnacionales
han estado haciendo en las negociaciones dando cuenta de una de las certezas que tenemos, pero
que aún es poco visible en los debates entre los países: la ONU está en manos del gran capital
corporativo y financiero. Los debates y negociaciones que allí se desarrollan se encuentran en su
cancha.
La declaración propuesta señala la ruta de los nuevos consensos que se están desarrollando entre los
representantes del capital financiero, y dice textualmente en su encabezado que se propone crear un
“compromiso de la comunidad financiera (que parece sustituir ahora a la ‘comunidad internacional’) a
reconocer y reafirmar la importancia del capital natural en el mantenimiento de una economía global
sostenible” (ahora es explícito que es la economía y no el medio ambiente la que debe ser sostenible).
Y no es casual: las 100 economías más grandes del mundo son hoy corporaciones transnacionales,
no tienen banderas (sí, logos, slogans y mensajes de propaganda), no son democráticas (tienen
dueño, directorio y funcionarios), no consultan a nadie para acomodarse hasta donde les alcancen las
piernas, y si pueden les sacan dinero a los países del Sur y a los pueblos del Norte para consolidarse
o seguir acumulando capital (son dueñas del dinero, de los bancos, de las tierras, de la justicia, de la
tecnología, de las maquinarias; tienen acuerdos de libre comercio a su favor, reglas de protección de
inversiones y tribunales a su medida). Según información proporcionada por el TNI y el Grupo ETC, 10
de las corporaciones más ricas son de energía; al menos 10 corporaciones más fuertes están
vinculadas a la producción de alimentos y el comercio del agua, y concentran millones de hectáreas
en el Sur global; otras tantas tienen el monopolio de las patentes y otras, muy fuertes y poderosas,
están obsesionadas con la geoingeniería. Todas ellas presentes en el entorno de las Conferencias de
la ONU para asegurar su situación de poder y conceder lo menos posible a la creación de
mecanismos efectivos que se orienten a salir de la crisis.
Paralelos con la Cumbre del 92
Cuando, en 1992, se hizo la Declaración de Río y se estableció la Agenda 21, la finalidad era
enfrentar la ya entonces preocupante devastación ambiental, las inequidades sociales y la pobreza.
La ingenuidad de los pueblos y la maquinaria montada para marearlos nos hizo creer que la fórmula
mágica del “desarrollo sostenible” combinando “economía, sociedad y medio ambiente” —bajo la
directriz de “consumir lo suficiente para satisfacer las necesidades del presente, sin comprometer las
necesidades de las generaciones del futuro”—, sería suficiente para resolver los problemas
planteados.
En paralelo, arrancaba el Consenso de Washington concebido pocos años antes (a finales de los 80)
y ya estaba en pleno apogeo la multiplicación de las instituciones, leyes, acuerdos, mecanismos
financieros, sistemas de condicionalidades e ideologías —que no podían faltar— para aprovechar de
esta narrativa y asegurarse de que la fórmula “sin inversión privada no hay desarrollo” les permitiera
tener todas las facilidades para lucrar a costa de la destrucción planetaria y la violación de los
derechos humanos.
Por tanto, el “desarrollo sostenible” sobre el que se sigue insistiendo tenía ya varias debilidades de
fondo: desde concebir una noción de crecimiento económico sin límites ni conciencia de la
interdependencia entre especies y con los ecosistemas, ignorar las fuerzas del mercado y el proceso
de liberalización de la economía, hasta pensar ingenuamente que las palabras son suficientes y no es
preciso atacar las causas estructurales del sistema.
Hoy estamos en una situación algo similar, sólo que aún más grave, porque la crisis ecológica y
financiera —que ellos mismos han provocado— opera como un fuerte justificativo para avalar una
nueva maquinaria denominada “economía verde” (o como quiera llamarse) que pretende incorporar a
la naturaleza en la fórmula para asegurar, esta vez, la “sostenibilidad de la economía global”.
Por tanto, el “desarrollo sostenible” sobre el que se sigue insistiendo tenía ya varias debilidades de
fondo: desde concebir una noción de crecimiento económico sin límites, hasta pensar ingenuamente
que las palabras son suficientes y no es preciso atacar las causas estructurales del sistema.
Un sistema de lucro inédito
Según han manifestado los impulsores de esta declaración que
incluye a los “buenos” de la película porque accedieron a hablar del
medio ambiente y sustentabilidad —uno de los signatarios es la
Coca Cola Company—, se pretende “hacer entender que ‘activos’
como el agua, el aire, el suelo y los bosques son un ‘capital
fundamental’ y advertir cómo esos recursos afectan los negocios
de las empresas”… “De la misma forma que un inversionista
quiere preservar su patrimonio y vivir de la ganancia que le genera,
el desafío es ahora no depredar recursos naturales para obtener
un beneficio…”.
Entonces, hablar hoy de sostenibilidad podría equivaler a hablar
de factibilidad o rentabilidad. Da lo mismo. Podríamos hasta decir
que el mundo es 80% factible y rentable si se invierte en servicios
ambientales de los bosques o las abejas, y 20% factible si no se
invierte en ellas. Podríamos hablar de los intereses y ganancias
que se estarían perdiendo si no se cuantifica y declara el servicio
que proporcionan nuestras montañas y paisajes cuanto antes.
Podríamos imaginarnos que en cualquier rato nos querrán
demandar ante una corte si no cuidamos la belleza escénica de algún paraje en nuestro territorio.
Estamos asistiendo a una profundización demencial del paradigma capitalista y de su ámbito de
dominio que ha desplazado sin pena ni pestañeo el concepto de sustentabilidad para usarlo en el
campo de las finanzas, disfrazando su afán de lucro con el argumento de incorporar las externalidades
ambientales. Argumentos para justificar una angurria fuera de toda proporción: casi todo lo que existe
en el mundo cumple un servicio y es una mercancía, todo será considerado una inversión, todo cuenta
como dinero. El próximo paso será conquistar nuestra imaginación.
Las negociaciones y la vida real
Algunos países en el G-77 se han propuesto redefinir la economía verde y salvarla de un enfoque
mercantilista. Brasil ha lanzado un documento de propuesta de declaración que permanece anclado
en el concepto de “crecimiento económico sostenido” y que hace muchas concesiones a este nuevo
modelo, dejando atrás acuerdos que podrían ser sustanciales en regular a las corporaciones y limitar
a los países desarrollados para recuperar las proporciones que exige el pago de la deuda ecológica
e histórica; algunas corrientes de activistas se han concentrado en rechazarla y demonizarla para que
las Cumbres y las negociaciones concluyan con un rotundo “no” a la economía verde.
Pero la vida real está diseñada ya para que una vez terminada la semana de debates, negociaciones
y reuniones paralelas, tanto la cooperación para el desarrollo, la cooperación no gubernamental, los
gobiernos nacionales y los locales, los bancos, los mercados financieros, las corporaciones y las
empresas, los países y las comunidades ingresen de uno u otro modo en los escenarios preparados
con oculta paciencia con el fuerte argumento de “salvar a la Madre Tierra” de la destrucción.
La tan mentada Madre Tierra ahora ya tiene un lugar en el lenguaje del documento presentado por
Brasil, que reconoce que podría ser un sujeto de derechos, lo que es un gran avance pero no
necesariamente significa que se los va a respetar. Aunque se aprobara, no sería suficiente para parar
a las transnacionales y el extractivismo base de muchas economías en el mundo y que en el
documento se reconoce como un motor para el desarrollo y la lucha contra la pobreza. Ni siquiera en
Bolivia o Ecuador, donde existen articulados constitucionales y leyes al respecto, han sido
respetados, y allí se persiste en la explotación minera e hidrocarburífera a costa de la Madre Tierra y
la salud de las personas. Ni qué decir de los países desarrollados, donde la explotación minera, la
energía nuclear o la explotación del carbón amenazan sus ecosistemas y la salud de la gente, como
es el caso de las comunidades del valle de Ohio que viven la devastación y el envenenamiento por
esta industria. Estados Unidos, por ejemplo (con razón no quiere firmar el Protocolo de Kyoto),
depende en un 49% de la salvaje explotación del carbón para su energía, uno de los sistemas más
contaminantes y destructivos del medio ambiente y la salud.
Visibilizar la amenaza, identificar los escenarios y confiar en nuestras fuerzas
Así como están las cosas, sería quizá pertinente distinguir algunas estrategias de resistencia
sabiendo que las negociaciones y los debates en Naciones Unidas son apenas uno de los escenarios
de esta problemática global, el más desgastado y ahora cooptado por el interés transnacional y la
ideología del desarrollismo, que se está convirtiendo peligrosamente en un lugar de palabras
repetidas y vaciadas de contenido con altavoz. Una retórica difícil de asir y sobre todo de controlar
desde la sociedad civil; sus resultados, cualquiera que fueran, serán pasibles de ser atrapados por el
sistema de lucro.
Un otro escenario —mucho más relevante— es el de la economía, que nos lleva a considerar
seriamente el poder de las corporaciones con sus negocios y sus reglas en todas partes, un terreno
muy concreto de acción que debe recoger la experiencia de innumerables luchas exitosas en parar el
poder corporativo y que está llevando a resistir la explotación minera, la mercantilización del agua, de
la salud, de la vida; al mismo tiempo, este escenario incluye las economías no visibles que funcionan y
dan vida a formas solidarias de organización social y que pocas veces son reivindicadas como
caminos posibles para la restauración y resignificación de la economía y del tejido social.
Un tercer ámbito es el de los imaginarios, el de las subjetividades, la cultura y, por tanto, uno de los
más importantes, porque acompañan los hábitos sociales y pueden ser engranajes de una vida o de
consumo o de cuidado, de violencia o de solidaridad, de dominio y sumisión o de democracia y
participación. En este terreno, la construcción de relaciones equitativas entre géneros, entre
etnicidades, generaciones y otras diversas, podría contribuir sustancialmente a una relación más
armónica con la naturaleza, o, al menos, preparar la subjetividad para ello.
Los intereses que están detrás de la economía verde no son algo etéreo; y no porque no se los
explicite dejarán de existir en su esencia. La economía verde es el nuevo ropaje del poder corporativo,
lleva su nombre inscrito con sangre de los pueblos en la frente, y es allí donde la resistencia al nuevo
modelo será más eficaz. No en los foros ni declaraciones, no en el resultado de la negociación, ni en
los discursos de resistencia abstracta, sino en la defensa de los territorios, del agua, de las semillas,
de los servicios públicos, de la vida, de la economía solidaria, del reconocimiento al trabajo impago
de las mujeres, en la resistencia a la minería extractivista e irresponsable, a las plantas nucleares, al
lucro de las empresas con la energía y el agua, en defensa de los pueblos en el día a día.
La economía verde viene con nombre y apellido: se llama Poder Transnacional, y nos hemos mirado
frente a frente: Los hemos frenado algunas veces, les hemos obligado a retirarse. La indignación y la
conciencia sobre el daño que causan existen y son inmensas en el mundo. Es allí donde vamos a
permanecer, pues nosotros y nosotras, que no queremos convertirnos en sofisticados profetas del
desastre, nos otorgamos el derecho también a redefinir la sustentabilidad como la tarea de resistir el
modelo creando las bases de la justicia, la equidad y la cultura del cuidado y la restauración, sentando
bases éticas, principios de coherencia y ejemplos de consecuencia capaces de sembrar esperanza
para nuestros hijos e hijas en el futuro. www.ecoportal.net
Revista Ideele
www.revistaideele.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario