Desde comienzos de los años ’80, una gran cantidad de países del mundo industrial abandonaron
sus objetivos macroeconómicos gemelos de pleno empleo y crecimiento económico sostenido.
Ese proceso estuvo acompañado por un rediseño en el mandato y las funciones de los bancos
centrales. Por un lado, las autoridades monetarias ganaron independencia de los gobiernos y, por
otro, la baja inflación se transformó en su principal preocupación. Los bancos centrales fueron
originalmente constituidos con el doble objetivo de garantizar la estabilidad financiera y ofrecer a
los gobiernos, los muy necesitados, recursos para el financiamiento.
Después de la Primera Guerra Mundial –por sí misma un gran trastorno económico–, los bancos
centrales se convirtieron en instrumentos, cada vez más importantes, de política industrial. En
Italia e Inglaterra, particularmente, los bancos centrales llegaron a ser propietarios de otros
bancos, activos industriales y con preocupaciones totalmente fabriles. Asimismo, jugaron un rol
activo en la provisión de financiamiento de largo plazo y en la reconstrucción de sectores
industriales completos que habían sido destruidos durante la guerra.
Es importante subrayar que esas nuevas funciones no respondían a una ideología particular o un
gran diseño de políticas. De hecho, la noción de políticas industriales activas o intervención estatal
industrial corresponden al período de la segunda posguerra mundial. La participación del Banco de
Italia y del Banco de Inglaterra en la actividad industrial fue poco sistemática y de naturaleza
experimental. Los gobiernos les pidieron a esos bancos que rescataran intereses industriales y
bancos comerciales o universales porque tenían muchos recursos monetarios en un momento de
escasez general de crédito (en ese momento, los bancos privados no tenían recursos suficientes
para financiar a la industria).
Sin duda, el compromiso industrial de los bancos centrales fue una consecuencia de la
inestabilidad del período entre posguerra y la Gran Depresión de 1930. El intervencionismo
también estuvo impulsado por la transformación subyacente que se arraigó durante la Primera
Guerra Mundial, que había estimulado el crecimiento de la industria armamentística y las industrias
pesadas. Su colapso era considerado “socialmente indeseado” porque empleaban a una gran
cantidad de trabajadores. El colapso de esas actividades hubiera significado una catástrofe para
esas economías frente al tamaño y la importancia militar y económica de esas industrias. Esos
hechos explican por qué los gobiernos y los bancos centrales los apoyaron plenamente.
En la actualidad existe un debate, fundamentalmente en Inglaterra, sobre la efectividad de la
intervención del banco central. El argumento dice que, en Inglaterra, esas políticas no generaron
una reorganización significativa de las industrias básicas y, así, fallaron en frenar sus caídas. Sin
embargo, parece innegable que la intervención facilitó en ambos países la reconstrucción de la
industria armamentística y el desarrollo emergente de industrias innovativas y de alta tecnología
(por ejemplo, las industrias del aluminio y el acetato en Inglaterra o los sectores hidroeléctrico y
químico en Italia). Además, el Banco de Italia jugó un rol significativo en el establecimiento del
Instituto para la Reconstrucción Industrial, que llegó a controlar una gran porción de la industria
nacional hasta la década de 1990 y fue un protagonista en la expansión industrial sin precedentes
que tuvo lugar luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.
De todo lo que hemos dicho, parece evidente que el mandato y las funciones de los bancos
centrales –no menos que otras instituciones sociales– han sido moldeadas por circunstancias
económicas y sociales particulares. Si la alta inflación en la década de 1970 y comienzos de los
años 1980 parecía justificar ampliamente el objetivo de estabilidad de precios y la independencia
de los bancos centrales de los gobiernos, la actual crisis económica y el galopante desempleo en
el Primer Mundo bien podrían justificar el uso de esas instituciones en la promoción, una vez más,
del desarrollo industrial. Una sugerencia es que los bancos centrales pueden tener un rol activo en
la provisión de financiamiento de largo plazo para las actividades industriales y facilidades
crediticias especiales tanto para grandes como pequeñas y medianas empresas. Los bancos
centrales tienen capacidades –desde acceso a los mercados de capitales y recursos hasta
información y habilidades de gerenciamiento– superiores a aquellas que exhiben los bancos
comerciales y las instituciones financieras para hacerlo. Creando e implementando las reglas de los
programas de crédito, ellos también pueden tener un impacto en materia de direccionamiento del
financiamiento hacia determinados sectores. El objetivo debe estar puesto en financiar sectores
de alta tecnología e innovativas que tengan un impacto positivo sobre las balanzas de pagos y
también empresas (incluso extranjeras) que deben ser protegidas por su rol estratégico. Para
concluir, los bancos centrales pueden ayudar a los gobiernos a impulsar y redireccionar el
desarrollo industrial, aunque esto signifique el abandono del objetivo de baja inflación que, bajo las
actuales condiciones macroeconómicas de alto desempleo y subutilización de la capacidad
instalada, difícilmente pueda ser considerada una prioridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario