Repasando luego el siglo XIX europeo y más adelante la crisis occidental entre 1914 y 1945 y sus
consecuencias vemos como una y otras vez el demonio burgués derrota a su enemigo mortal que
renace más adelante para presentar nuevamente batalla. Desde las insurgencias obreras europeas
hasta llegar a la derrota de la Comuna de París en la era del capitalismo industrial juvenil que ya
asumía una dimensión imperialista planetaria hasta llegar a las revoluciones comunistas rusa y
china concluyendo con la degeneración burocrática y la implosión de la primera y la mutación
capitalista-salvaje de la segunda.
En su prolongada historia la civilización burguesa fue pasando desde su infancia europea hasta su
madurez en el siglo XX y finalmente a su vejez y su degradación senil desde fines del siglo XX
hasta nuestros días.
En la era de la decadencia del capitalismo va asomando nuevamente la figura de su enemigo, se
trata de un nuevo fantasma heredero y al mismo tiempo superador de los anteriores.
Una mirada
pesimista nos señalaría que será nuevamente derrotado, si ello ocurre esta civilización planetaria
se irá sumergiendo en niveles de barbarie nunca antes vistos ya que su capacidad
(auto)destructiva supera a cualquier otra decadencia civilizacional. Ahora no está en juego la
supervivencia de algunos millones de seres humanos sino de más de siete mil millones.
Pero ese pesimismo se apoya en la historia de la modernidad pensada como una infinita repetición
de escenarios donde cambian la dimensión, la complejidad tecnológica, los modelos de consumo,
etc. pero queda intacta la dinámica amo-esclavo, el primero controlando los instrumentos que le
permiten renovar su dominación y el segundo embarcado en batallas perdidas de antemano.
De
esa manera es ocultado el hecho de que la modernidad burguesa ha entrado en decadencia lo que
abre la posibilidad del quiebre, del colapso de dicha dinámica perversa abriendo el horizonte de la
victoria de los oprimidos. Ello no fue posible en la etapas de adolescencia, juventud o madurez del
sistema pero si es posible ahora.
Es la declinación de Occidente (entendido como civilización burguesa universal) lo que abre el
espacio para el nuevo fantasma anticapitalista que necesita para imponerse irrumpir bajo la forma
de una vasto, plural proceso de desoccidentalización, de critica radical a la modernidad
imperialista, sus modelos de consumo y producción, de organización institucional, etc. Se trata
entonces de la abolición del sistema en el sentido hegeliano del concepto: negar, destruir, anular
las bases de la civilización declinante y al mismo tiempo recuperar positivamente en otro contexto
cultural todo aquello que pueda ser utilizable.
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