A partir de un enfoque plurisecular del capitalismo es posible avanzar una explicación del ascenso
y derrota de la ola anticapitalista que sacudió al siglo XX. La Revolución Rusa inauguró en 1917
una larga sucesión de rupturas que amenazaron erradicar al capitalismo como sistema universal, el
despegue revolucionario se apoyaba en una crisis profunda y prolongada del sistema que
podríamos ubicar aproximadamente entre 1914 y 1945 y cuyas secuelas se extendieron más allá
de ese período.
Dicha crisis fue interpretada por los revolucionarios rusos como el comienzo del fin del sistema
pero el sistema aún sufriendo sucesivas amputaciones “socialistas” (Europa del Este, China, Cuba,
Vietnam...) y la proliferación de rebeldías y autonomizaciones nacionalistas en la periferia pudo
finalmente recomponerse y sus enemigos fueron cayendo uno tras otro a través de
restauraciones explícitas como en el caso soviético o sinuosas como en el caso chino.
Las élites
occidentales pudieron entonces afirmar que la tan anunciada declinación del capitalismo y su
remplazo socialista no fue más que una ilusión alimentada por la crisis. Y algunos gurús como el
ahora olvidado Francis Fukuyama hasta proclamaban el fin de la historia y el pleno desarrollo de un
milenio capitalista liberal.
Existe una visión falsa (pero no totalmente falsa) de la decadencia occidental frente a la
emergencia del mundo nuevo a partir de la Revolución Rusa incluso si es entendida como
“decadencia hegemónica”, esa visión pareció quedar desmentida por la realidad con el
sometimiento chino (1978) y el derrumbe soviético (1991), sin embargo era apuntalada desde
1968-73 cuando empezaron a declinar las tasas de crecimiento del Producto Bruto Mundial y
parcialmente confirmada desde 2008 porque el sistema se degrada velozmente (condición
necesaria para su superación) aunque su sepulturero no aparece o aparece en una dispersión de
pequeñas dosis históricamente insuficientes.
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