jueves, 3 de enero de 2013

Decadencia global

La autodestrucción aparece como la culminación de la decadencia y abarca al conjunto de la civilización burguesa no como un fenómeno “estructural” sino como totalidad histórica con todas sus herencias a cuestas: culturales, militares, productivas, institucionales, religiosas, tecnológicas, morales, científicas, etc. Se trata de la etapa descendente de un prolongado proceso civilizacional con un auge de algo más de 200 años precedido por una prolongada etapa preparatoria. Decadencia general, mucho más que “crisis”, el fenómeno incluye a las dos configuraciones básicas del sistema: la central (imperialista, “desarrollada”, rica) y la periférica (“subdesarrollada”, globalmente pobre, “emergente” o sumergida, con sus áreas de prosperidad dependiente y de miseria extrema). Los primeros años posteriores a la ruptura de 2008 mostraron el comienzo del fin de la prosperidad de las economías dominantes mientras un buen número de países periféricos seguían creciendo sobre todo China. Pero la expansión de la economía china dependía del poder de compra de sus principales clientes: los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, como ya se pudo ver en 2012 el desinfle de esos compradores desinfla al engendro industrial exportador de la periferia. En síntesis: no hay ningún desacople capitalista posible de la declinación mundial del sistema. La decadencia es ante todo decadencia occidental, degradación del centro imperialista. Desde fines del siglo XVIII, cuando se inició el ascenso industrial, hasta los primeros años del siglo XXI, el capitalismo estuvo marcado por la dominación inglesa-norteamericana. Inglaterra en el siglo XIX y los Estados Unidos en la mayor parte del siglo XX han cumplido la función reguladora del conjunto del sistema, imponiendo la hegemonía occidental y al mismo tiempo subordinando a los rivales que aparecían al interior de Occidente, Francia fue desplazada a comienzos del siglo XIX y Alemania en la primera mitad del siglo XX. El sello occidental del capitalismo viene dado no solo por factores económicos y militares sino por un conjunto más vasto de aspectos decisivos del sistema (estilo de consumo, arte, ciencia, perfiles tecnológicos, diseños políticos, etc.). Lo que ahora es visualizado como despolarización o fin de la unipolaridad, es decir como pérdida de peso del imperialismo norteamericano (paralelo a la declinación europea) sin reemplazante a la vista expresa la desarticulación del capitalismo en tanto sistema global que debe ser entendida no solo como desestructuración política y militar sino también cultural en el sentido amplio del concepto, es la historia de una civilización que entra en el ocaso. Dicho de otra manera, la reproducción ampliada universal pero no occidentalista del capitalismo es una ilusión sin asidero histórico, sin embriones visibles reales en el presente. Recordemos el fiasco del llamado milagro japonés de los años 1960-1970-1980 y los pronósticos de esa época acerca de “Japón primera potencia mundial del siglo XXI” seguidos hasta hace poco por especulaciones no menos fantasiosas sobre el inminente ascenso chino al rango de primera potencia capitalista del planeta.

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