La autodestrucción aparece como la culminación de la decadencia y abarca al conjunto de la
civilización burguesa no como un fenómeno “estructural” sino como totalidad histórica con todas
sus herencias a cuestas: culturales, militares, productivas, institucionales, religiosas, tecnológicas,
morales, científicas, etc. Se trata de la etapa descendente de un prolongado proceso civilizacional
con un auge de algo más de 200 años precedido por una prolongada etapa preparatoria.
Decadencia general, mucho más que “crisis”, el fenómeno incluye a las dos configuraciones
básicas del sistema: la central (imperialista, “desarrollada”, rica) y la periférica (“subdesarrollada”,
globalmente pobre, “emergente” o sumergida, con sus áreas de prosperidad dependiente y de
miseria extrema).
Los primeros años posteriores a la ruptura de 2008 mostraron el comienzo del fin de la
prosperidad de las economías dominantes mientras un buen número de países periféricos seguían
creciendo sobre todo China. Pero la expansión de la economía china dependía del poder de
compra de sus principales clientes: los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, como ya se
pudo ver en 2012 el desinfle de esos compradores desinfla al engendro industrial exportador de la
periferia. En síntesis: no hay ningún desacople capitalista posible de la declinación mundial del
sistema.
La decadencia es ante todo decadencia occidental, degradación del centro imperialista. Desde
fines del siglo XVIII, cuando se inició el ascenso industrial, hasta los primeros años del siglo XXI, el
capitalismo estuvo marcado por la dominación inglesa-norteamericana. Inglaterra en el siglo XIX y
los Estados Unidos en la mayor parte del siglo XX han cumplido la función reguladora del conjunto
del sistema, imponiendo la hegemonía occidental y al mismo tiempo subordinando a los rivales que
aparecían al interior de Occidente, Francia fue desplazada a comienzos del siglo XIX y Alemania
en la primera mitad del siglo XX.
El sello occidental del capitalismo viene dado no solo por factores económicos y militares sino por
un conjunto más vasto de aspectos decisivos del sistema (estilo de consumo, arte, ciencia,
perfiles tecnológicos, diseños políticos, etc.). Lo que ahora es visualizado como despolarización o
fin de la unipolaridad, es decir como pérdida de peso del imperialismo norteamericano (paralelo a la
declinación europea) sin reemplazante a la vista expresa la desarticulación del capitalismo en
tanto sistema global que debe ser entendida no solo como desestructuración política y militar sino
también cultural en el sentido amplio del concepto, es la historia de una civilización que entra en el
ocaso.
Dicho de otra manera, la reproducción ampliada universal pero no occidentalista del capitalismo es
una ilusión sin asidero histórico, sin embriones visibles reales en el presente. Recordemos el fiasco
del llamado milagro japonés de los años 1960-1970-1980 y los pronósticos de esa época acerca
de “Japón primera potencia mundial del siglo XXI” seguidos hasta hace poco por especulaciones
no menos fantasiosas sobre el inminente ascenso chino al rango de primera potencia capitalista
del planeta.
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