Es curioso que solo muy poca gente se acuerde ahora del Tratado de Maastricht, cuando es
en él donde se encuentra el origen de los problemas que tiene ahora la Unión Europea. A base
de muchas mentiras se está haciendo creer a la gente que lo que le sucede a los países que
sufren las mayores perturbaciones es que han realizado mucho gasto público social y que eso
ha aumentado hasta niveles insoportables el peso de la deuda pública, de donde deducen la
exigencia de llevar a cabo políticas de austeridad basadas en el recorte de derechos y
prestaciones sociales.
La realidad es otra bien distinta: lo que verdaderamente ha hecho que
crezca la deuda pública (además del impacto más reciente de la crisis financiera internacional y
la subsiguiente caída en los ingresos públicos) no ha sido el incremento del gasto público
primario (es decir, el asociado a gastos corrientes o de inversión), sino el dedicado a pagar
intereses y la deuda que ha ido siendo necesaria para afrontar la deuda anterior.
Se calcula que los Estados europeos vienen pagando a la Banca privada unos 350.000 millones
de euros cada año en concepto de intereses desde que dejaron de ser financiados por sus
antiguos Bancos centrales y después por el Banco Central Europeo (Jacques Holbecq y
Philippe Derudder, ‘La dette publique, une affaire rentable : A qui profite le système ?’, Ed. Yves
Michel, París, 2009). Esa es, pues, la verdadera losa que ahora lastra a las economías europeas
y no en el peso insoportable, como quieren hacer creer, del Estado de Bienestar. No podemos
cansarnos de repetir que si los saldos primarios que ha ido teniendo el Estado español desde
1989 se hubieran financiado a un interés del 1% por un Banco central (como es lógico que
hubiera sido) el peso de la deuda pública española sería ahora del 14% del PIB y no el 87%
actual (Eduardo Garzón Espinosa. ‘Situación de las arcas públicas si el estado español no
pagara intereses de deuda pública’: http://eduardogarzon.net/?p=328).
Esa es la demostración
palpable de que son los intereses financieros y no el gasto social el verdadero origen de la
deuda, que se quiere combatir a base de recortar derechos y democracia.
Y se olvida ahora que fue el artículo 104 del Tratado de Maastricht el que consagró esa
prohibición de que los Bancos centrales financiaran a los gobiernos. Una condición
completamente absurda desde el punto de vista económico y financiero, que solo beneficia a
la Banca privada, que así ha podido hacer un negocio de dimensiones auténticamente
astronómicas: es fácil calcular que gracias a ello los Bancos europeos habrán recibido
graciosamente alrededor de unos siete billones de euros desde que se ratificó el Tratado de
Maastricht en concepto de intereses. Un dinero, además, que en lugar de haberse dedicado a
financiar preferentemente el desarrollo productivo europeo ha sido el que ha alimentado la
especulación financiera, la formación de burbujas que al estallar se han llevado por delante a
economías enteras y las cuentas multimillonarias que los Bancos europeos mantienen en los
paraísos fiscales o que dedican a financiar todo tipo de crímenes y delitos, el tráfico de armas,
de personas, de droga o la corrupción política.
Para que eso fuese posible, el Tratado también estableció otra medida igualmente carente de
fundamento científico: la independencia de los Bancos centrales que, en realidad, simplemente
ha sido el procedimiento que permite que actúen con total libertad al servicio de la Banca
privada. Prueba de ello es que la gestión de los Bancos centrales desde que son
independientes ha sido la menos exitosa de toda su historia, pues en esta época es cuando se
ha producido el mayor número de crisis financieras y los episodios más graves de inestabilidad
monetaria. Aunque, eso sí, la mayor distribución de renta a favor de los poderosos gracias a la
política de tipos de interés y al manejo de la cantidad de dinero circulante.
Con tal de favorecer a la Banca privada, el Tratado de Maastricht es el responsable original de
que los Estados europeos estén maniatados a la hora de hacer política económica, cuyo éxito
se basa inexcusablemente en la coordinación constante entre sus diferentes responsables y
entre sus diferentes manifestaciones e instrumentos. Y de ahí, desde Maastricht, que sean tan
impotentes para controlar lo que ahora se nos está viviendo encima.
También fue ese Tratado el que por primera vez estableció reglas igualmente absurdas de
convergencia nominal, que el tiempo se ha encargado de demostrar que eran completamente
inútiles para conseguir el equilibrio y la armonía que precisa una unión monetaria para funcionar
correctamente y sin generar más problemas que los que resuelve. O las de estabilidad
presupuestaria, tan infundadas e injustificadas desde el punto de vista científico, que han sido
incumplidas en unas 140 ocasiones por los diferentes Estados.
Y cuya perversión se demuestra
simplemente preguntándonos en qué situación se encontrarían hoy día los países, ahora más
avanzados del mundo, si hubieran estado sometidos a esas normas de estabilidad
presupuestaria desde hace 100 o 150 años.
Pero el Tratado de Maastricht no solo fue decisivo por la introducción de estas ataduras
económicas y privilegios que condenaron a los pueblos de Europa y a sus diferentes naciones
a la situación en la que ahora nos encontramos, sino que igualmente lo fue por la forma tan
antidemocrática en la que se ratificó, soslayando el debate social sobre este tipo de aspectos
esenciales, o mejor dicho, ocultando a los ciudadanos sus consecuencias, e incluso haciendo
trampas a la hora de aprobarlo.
Maastricht fue, por eso, la primera y más clara alerta de que los constructores y beneficiarios
de la Europa neoliberal que allí se ponía en marcha no necesitaban democracia, sino todo lo
contrario y que, por tanto, con el Tratado comenzaba su desmantelamiento real.
El lado positivo de Maastricht es que demuestra el origen ilegítimo que ha tenido la deuda que
injustamente se hace recaer sobre los pueblos europeos. Y, por lo tanto, la primera razón para
auditarla en toda Europa y repudiarla cuanto antes.
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