Es posible describir el trayecto de algo más de cuatro décadas que ha conducido a la situación
actual. Aproximadamente entre 1968 y 1973 nos encontramos ante un gran crisis de
sobreproducción en los países centrales que, como ya he señalado no derivó en un derrumbe
generalizado de empresas y una avalancha de desocupación al el estilo “clásico” sino en una
complejo proceso de control de la crisis que incluyó instrumentos de intervención pública
destinados a sostener la demanda, la liberalización de los mercados financieros, esfuerzos
tecnológicos y comerciales de las grandes empresas.
Y también integrando a la ex Unión Soviética
como proveedora de gas y petróleo y a China como proveedora de mano de obra industrial barata.
Los cambios se produjeron gradualmente en respuesta a las sucesivas coyunturas pero finalmente
se convirtieron en un nuevo modelo de gestión del sistema llamado neoliberalismo girando en
torno de tres orientaciones decisivas marcadas por el parasitismo: la financiarización de la
economía, la militarización y el saqueo desenfrenado de recursos naturales.
El proceso de financiarización concentró capitales parasitando sobre la producción y el consumo,
la incorporación de centenares de millones de obreros chinos y de otras zonas periféricas y el
saqueo de recursos naturales permitió bajar costos, desacelerar la caída de los beneficios
industriales.
El resultado visible al comenzar el siglo XXI es el ahogo financiero del sistema, la degradación
ambiental y el comienzo de la declinación de la explotación de numerosos recursos naturales
tanto renovables como no renovables (al ser quebrados sus ciclos de reproducción).
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