domingo, 31 de marzo de 2013

De Rusia a Argentina pasando por Brasil y Turquía - VII

La característica peculiar del acuerdo con el FMI es un requerimiento impuesto por el FMI y consiste en que el banco central deberá controlar el nivel de sus activos domésticos netos (ADN). Por lo tanto, la única forma en que el nivel de la base monetaria puede cambiar es por medio de las transacciones extranjeras en el banco central. Lo anterior pareciera como una caja de conversión o consejo monetario, pero no lo es pues ni siquiera tiene una ley que lo respalde. 
Desde 1961, Turquía ha firmado 17 acuerdos con el FMI y los ha incumplido todos. De hecho, el nuevo arreglo solo funcionó bien mientras el banco central siguió las reglas como si hubiera una caja de conversión. La inflación y las tasas de interés bajaron mucho, pero luego confrontadas con flujos externos de reservas extranjeras, el banco central decidió romper las reglas el 17 de noviembre de 2000. Para compensar la baja en el componente extranjero de la base monetaria, empezó a inyectar liquidez en el sistema. Como resultado el ADN se extendió al final de diciembre por más de 3 billones de dólares. Los bancos derivaban la mayor parte de sus ganancias de invertir en bonos del tesoro, en vez de conceder préstamos a inversionistas locales. Incluso recurrían a créditos del exterior a intereses mucho más bajos, para invertir en bonos gubernamentales. 
Así se fue creando una economía artificial cuyo crecimiento dependía no de la producción real sino de la especulación financiera y del aprovechamiento de la devaluación monetaria, que explica muchas fortunas mal habidas. El gobierno, al igual que en otros países azotados por crisis financieras, tuvo que rescatar a una docena de bancos, tomando su control o subsidiándolos, lo cual tuvo un costo altísimo para el Estado (se habla de 15 millones de dólares diarios). La situación empeoró al presentarse una crisis política, por la rivalidad entre el primer ministro y el presidente. La desconfianza en la economía afectó rápidamente al mercado bursátil y a la divisa turca, obligando a una fuerte devaluación de la moneda, la cual en tres años perdió 200% de su valor frente al euro y el dólar. 
El ahorro, factor importante para cualquier economía sana, era casi inexistente, pues las tasas de interés ofrecidas por los bancos turcos a sus depositantes eran poco atractivas por ser inferiores a la tasa de inflación; en consecuencia, en vez de ahorrar, la gente prefería gastar su dinero antes de que perdiera más valor. En cambio, las tasas de interés que se cobraban sobre los préstamos eran tan altas que frenaban la inversión y el crecimiento económico; de este modo, el público prefería tener depósitos en el exterior antes que en los bancos locales. Así se fue conformando un cuadro de creciente deterioro, similar a otros casos del tercer mundo. En suma, en Turquía se repitió el fenómeno típico de tantas economías deficitarias, que dependen mucho de préstamos para seguir funcionando, alimentando así la improductividad, la ineficiencia y la corrupción.

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