Los equilibrios diplomáticos de Estados Unidos en la región encontraron tras la Guerra del Golfo un punto de apoyo en Riad, una relación que Washington ha cuidado con mimo y cierta sumisión desde entonces, durante más de dos décadas de poder petrolero saudí, pero en la que ahora se han tornado los vientos a su favor.
La política energética del presidente estadounidense, Barack Obama, incluido el incremento del uso de las técnicas de fracturación hidráulica para la extracción, está sentando un camino hacia la autonomía energética de su país que ya le ha dado la batuta para influir de manera directa en los precios del crudo.
Arabia Saudí, dependiente por completo de su industria petrolera, ha perdido así parte de su influencia económica, sin embargo, su papel como actor estable en el campo geoestratégico y en materia antiterrorista es vital para la Casa Blanca.
Tras la muerte del rey Abdalá, considerado uno de los mayores modernizadores del país, su medio hermano Salman bin Abdelaziz representa un símbolo de continuidad firme sobre esta pauta.
"El rey Salman y el presidente Obama quieren continuidad en un momento en el que el resto de Oriente Medio se está desmoronando", explicó a Efe el experto del Centro de Estudios Brookings, Bruce Riedel.
Mientras tanto, agregó, el mundo árabe enfrenta su peor crisis en décadas, por lo que la familia real saudí querrá presentar una imagen de estabilidad y fuerza, especialmente con la caída del Gobierno prosaudí en Yemen, que supondrá la primera crisis que Salman habrá de atajar.
"Muchos de los combatientes que integran el Estado Islámico basan su modus operandi en los libros saudíes para imponer su visión de la ley islámica, por lo que el aporte de Riad es básico para frenarlo"
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