martes, 31 de marzo de 2015

Debilidad institucional crónica frena a Brasil

Los esfuerzos por aumentar el gasto en proyectos de transporte y energía han logrado menos de lo prometido.
Brasil a veces cree que está entre las naciones de primera línea, pero, en cuanto a productividad y competitividad económica, todavía está luchando por salir de las ligas menores.

El panorama que se ve después de echarles un vistazo a los cuadros elaborados por el Banco Mundial o por el Foro Económico Mundial (FEM) es el de un país obstaculizado por una infraestructura débil, una burocracia compleja y una élite política irresponsable.

En la última encuesta Doing Business del Banco Mundial, Brasil ocupó el puesto 120 de 189 economías, intercalado entre Nicaragua y San Cristóbal y Nevis. El país quedó mejor posicionado en la investigación sobre la competitividad del FEM, con sede en Ginebra. Pero su lugar 57 (por delante de Chipre, pero detrás de Sudáfrica) en la encuesta más reciente se debe en gran parte a la fuerza y a la sofisticación de su sector privado y al gran tamaño de su mercado. Las instituciones brasileñas se clasifican solamente en el lugar 94 en cuanto a solidez a nivel mundial según el FEM; y en las subcategorías que miden cosas como "la confianza pública en los políticos" o el "despilfarro del gasto público", el país es uno de los más rezagados internacionalmente.

Lo deprimente es que en muchos aspectos la situación se ha ido poniendo peor. Los esfuerzos para aumentar el gasto en proyectos de transporte y energía han logrado menos de lo prometido.

La presidenta Dilma Rousseff logró algunos progresos al privatizar media docena de grandes aeropuertos antes de la Copa del Mundo de 2014, pero han fallado los planes para desarrollar los ferrocarriles. Las complejidades legales y burocráticas (a menudo vinculadas a las actividades de los organismos de cuentas públicas y de los reguladores ambientales) provocan retrasos interminables, lo que contribuye, por ejemplo en el sector de la energía, a la escasez y una potencial crisis de racionamiento.

Peor aún, el esfuerzo por la infraestructura ahora corre el riesgo de ser víctima de la austeridad económica, conforme Joaquim Levy, el nuevo ministro de Finanzas, intenta restablecer el orden en las cuentas fiscales después de varios años de malas gestiones.

El escándalo de corrupción que rodea el presunto pago de sobornos a funcionarios de la compañía estatal Petrobras y a sus aliados políticos ha destruido la credibilidad de la clase política. Según un sondeo de opinión, el 84 por ciento de los brasileños piensan que Rousseff sabía de los delitos.

Pero la historia tiene un lado positivo. La gestión macroeconómica es notablemente mejor de lo que era cuando Brasil tuvo su última ronda de hiperinflación hace 23 años. A diferencia de algunos mercados emergentes, Brasil está comenzando a hacer frente a la corrupción, con tenaces investigaciones policiales que han sacado a la luz pública las negligencias en Petrobras. Usualmente el sector privado está bien administrado y ha sido eficiente en adaptar y desarrollar tecnologías. La agroindustria brasileña es eficiente e innovadora.

Una encuesta realizada por la Fundación Getúlio Vargas (FGV), una universidad y el Financial Times apunta a amplias variaciones de la productividad no sólo en Brasil, sino en sus regiones. Por ejemplo, aunque los niveles educativos generalmente son más bajos en las regiones pobres norte y noreste que en el sureste, algunos estados del noreste están consiguiendo mejores resultados. Ceará es el mejor ejemplo.

A muchas ciudades y regiones urbanas, sobre todo en el sur y centro-oeste, les está yendo bien, ya que las administraciones locales trabajan de manera constructiva con sus colegas empresarios.

Esa diferenciación y la fuerza del sector privado ayudan a explicar por qué Brasil sigue atrayendo importantes cantidades de inversión extranjera directa (IED). Los gestores de fondos pueden estar desilusionados de sus mercados de valores con bajos rendimientos pero, viendo las perspectivas a largo plazo, los grupos de recursos, de logística y de consumidores globales continúan aportando fondos.

El año pasado, la IED ascendió a 62,5 mil millones de dólares, sólo una fracción menor que en 2013, convirtiendo a Brasil en el quinto destino más popular para la IED, según la ONU.

Incluso en la controvertida área de las regulaciones comerciales (foco de la evaluación del Banco Mundial) ha habido algunos progresos. En 2014, las calificaciones de Brasil mejoraron, en parte debido a que disminuyó el tiempo necesario para abrir un negocio. Sin embargo, aún se demora más de 100 días en São Paulo, por lo que para las pequeñas empresas que se encuentran presionadas la mejora puede parecer imperceptible.

Quizás este avance lento y desigual no es sorprendente. En general éste ha sido el patrón histórico en Brasil. En el siglo XIX, el país obtuvo su independencia al importar una monarquía de Portugal, su potencia colonial, y abandonó la esclavitud muchos años después de la abolición en el resto de Occidente. Incluso a finales del siglo XX, Brasil vivió con una alta inflación durante más tiempo que muchos de sus vecinos de la región. Eventualmente Brasil abordará sus dificultades institucionales, pero si el pasado sirve de guía, tomará décadas en vez de años poner en práctica el cambio.

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