"Para algunas de las preguntas difíciles de la vida usted no está solo. Juntos podemos encontrar la respuesta”, siguió diciendo el anuncio.
Entonces hice clic, y resulta que el banco ya encontró la respuesta. El secreto de ser buen padre consiste en entregarle su dinero a UBS. "Le podemos... ayudar a planificar el futuro, y proporcionar la vida que usted quiere para sus seres queridos”.
Esto plantea una pregunta más: si el descaro y la insinceridad funcionan como estrategia de mercadeo. Medité sobre esto por un rato, pero perdí el interés y regresé a la página web del Financial Times (FT). Ahí estaba la pregunta de nuevo. ¿Soy buen padre? ¿Y soy buena madre?
Pudiera parecer extraño dado que yo haya tenido 24 años para considerar el tema, pero hasta ahora haya evitado hacerme esta pregunta. Esto se debe en parte al inútil sentido de culpabilidad que la acompaña, pero también es porque tengo cuatro hijos, quienes han necesitado cosas muy diferentes de mí en momentos diferentes. Algunas de estas cosas -como pedacitos de pescado frito e irse a la cama temprano- han sido fáciles de dar. Otras han sido mucho más difíciles. A veces las cosas van según lo planeado. Con más frecuencia, no.
Sin embargo, el evadir la pregunta se debe principalmente a que no sé lo que quiere decir ser buen padre o madre. ¿Cuál es el estándar? ¿Soy mejor madre que mi amiga que consiente todos los caprichos de sus hijos? ¿Soy peor que la que se aseguró que sus hijos pudieran hablar tres idiomas, conocieran todas las leyendas griegas y ganaran medallas de gimnasia a la edad de ocho? ¿Cuál de nosotras es mejor? ¿Y quién es el árbitro?
Cálculos difíciles
Calcular si uno es bueno en algo es bastante sencillo generalmente. ¿Soy buena columnista? Puedo contar lectores y medir sus reacciones. ¿Soy buena cocinera? La respuesta se encuentra en mi plato estrella, pasta sobrecocida con salchichas. ¿Pero soy buena madre? La respuesta a esta pregunta tan importante me elude.
Por eso hice lo que siempre hago en caso de duda. Me dirigí a mis colegas y les envié un correo electrónico preguntándoles si ellos se consideraban buenos padres y, si la respuesta era sí, por qué.
La primera respuesta fue el silencio. O los periodistas del FT se han cansado de este tipo de preguntas de parte mía, o estaban tan perplejos como yo. De los 40 que contestaron, casi todos eran hombres (evidentemente las mujeres que trabajan prefieren no acercase a este particular terreno minado) y casi todos dieron la misma respuesta: sí.
Sus razones cayeron de forma nítida en tres grupos. El primer grupo midió el éxito en términos del proceso, lo que ellos aportaban. Eran buenos padres porque hacían dinosaurios de origami para niños de tres años. O porque habían dejado con firmeza el golf y el alcohol en exceso.
El problema aquí es que no hay un consenso sobre lo que debería ser el proceso. ¿Puedes ser buen padre con un hándicap de golf de un dígito? ¿Puedes serlo y no tener idea de cómo doblar una hoja de papel de colores? No veo por qué no.
El siguiente juego de respuestas se dirigió al resultado, tratando al niño como producto. Muchos colegas dijeron que eran buenos padres porque sus chicos habían salido bien. Pero esto es menos convincente.
Algunos niños nacieron con una predisposición a salir bien. Otros no tanto.
El tercer grupo veía al niño no como producto sino como cliente. Un colega le preguntó a su hijo si estaba satisfecho con su manera de criarlo, y él hijo dijo que sí. El hecho de que le acababa de prometer FIFA 2016 para Navidad, mi colega me aseguró, no tenía nada que ver.
Los jueces
Posiblemente los hijos son mejores jueces de sus padres mientras más maduran y tienen sus propios hijos. Un colega dijo que sabía que él era buen padre porque sus hijos ya crecidos disfrutaban estar con él lo suficiente para ir de vacaciones juntos. Aún así, no creo que ésta sea la respuesta. ¿Fueron buenos mis padres? Yo quiero decir: sí, fueron maravillosos.
Pero nunca insistieron en que haga mi tarea y me dejaron andar por Londres sola desde una temprana edad, algo que hoy día provocaría una visita de servicios sociales. En todo caso, no debo confiar en mi respuesta porque aquellos fueron tiempos diferentes; porque la memoria no es confiable; porque el amor empaña el juicio y porque no tengo ningún punto de comparación.
En última instancia, ser padre no es como cocinar. No hay un proceso aceptado, ni tampoco ningún producto o cliente. La pregunta que hace UBS no tiene sentido. Como dijo un colega, escribiendo en sólo 13 palabras lo que yo he luchado por decir en 850: "Es una obra de amor; ser bueno o malo no figura en esto”.
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