El PNUMA examina igualmente cómo, al remplazar combustibles fósiles por energía limpia
y tecnologías bajas en carbono, no sólo se atacan problemas ambientales y del cambio
climático. De hecho, las nuevas tecnologías que promueven el uso eficiente de la energía
y los recursos ofrecen oportunidades de crecimiento en nuevas direcciones,
contrarrestando la pérdida de puestos de trabajo de la “economía marrón”.
La eficiencia en el uso de los recursos - tanto en el uso de energía como de materiales - se
convierte en un compromiso crucial para conseguir una mejor gestión de los residuos, la
expansión del transporte público, la construcción de edificios verdes o la reducción de los
residuos en la cadena de suministro de alimentos.
En resumen, el PNUMA encuentra que una economía verde valora e invierte en el capital
natural. Esta puede generar el mismo nivel de crecimiento y empleo que una economía
marrón, teniendo un mejor desempeño que ésta a mediano y largo plazo y generando
unos beneficios ambientales y sociales significativamente mayores.
Aunque a corto plazo
el crecimiento económico en un escenario “verde” pueda ser menor que en la situación
del modelo actual, en el largo plazo (a partir de 2020) el cambio a una economía verde
tendría un mejor rendimiento, tanto si se mide en términos tradicionales como de acuerdo
con mediciones más holísticas.
El cambio hacia una economía verde exigirá que los líderes de cada país, la sociedad
civil y las empresas más importantes emprendan esta transición de forma colaborativa.
Será necesario el esfuerzo sostenido de quienes formulan las políticas y de sus electores
para analizar y redefinir las formas tradicionales de medir la riqueza, la prosperidad y el
bienestar. Existen, por supuesto, muchos riesgos y desafíos en este camino. No obstante,
es posible que el mayor riesgo sea el de permanecer en el statu quo.
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