martes, 9 de junio de 2015

Grecia se tambalea al borde de un acantilado

¿Qué va a pasar con Grecia? Nadie lo sabe. Eso no significa que a nadie le importe. Por el contrario, a las personas les importa de una manera intensa, pero en direcciones completamente opuestas. En ambos lados los participantes están resueltos a no ceder. Este punto muerto ilustra la locura de la creación de una unión monetaria entre estados soberanos que carecen de instituciones políticas comunes, de poderosos vínculos emocionales o de fuertes similitudes económicas. El matrimonio es terrible, pero el divorcio es aterrador.

Grecia se encuentra actualmente al borde del incumplimiento. Debe 1,5 mil millones de euros al Fondo Monetario Internacional (FMI) este mes; otros 452 millones al FMI y 3,5 mil millones al Banco Central Europeo (BCE) el próximo mes; y todavía otros 176 millones al FMI y 3,2 mil millones de euros al BCE más en agosto. Sin un trato con el resto de la eurozona para liberar 7,2 mil millones de euros de los fondos restantes en su acuerdo de rescate, Atenas se verá obligada a incumplir con sus obligaciones. No cuenta con ninguna otra fuente de dinero. Su acceso a los mercados está cerrado.

Si no llega a un acuerdo con la eurozona, Grecia enfrentará un incumplimiento. El BCE reconsideraría entonces la aceptabilidad de los reclamos sobre el Gobierno (ya sean pasivos directos o avales) como garantía para sus préstamos a los bancos. Los recortes, sin duda, se elevarían considerablemente. Al BCE le resultaría particularmente difícil prestar contra la garantía suministrada por un gobierno que ha incumplido consigo mismo. El saber que un incumplimiento es inminente ya ha acelerado una corrida en los bancos griegos. Sin un acuerdo, por lo tanto, los bancos pronto se verán obligados a suspender los retiros.

La música ambiental procedente de los participantes en estas discusiones es extremadamente discordante. Alexis Tsipras, el primer ministro griego, ha acusado a los encargados de monitorear el rescate de hacer demandas "absurdas". Al otro lado, se encuentran quienes están igualmente decididos a no otorgar concesiones, principalmente los gobiernos de países miembros que se han adherido a compromisos más severos o que son más pobres que Grecia. Mientras tanto, desde la barrera, el secretario del Tesoro estadounidense Jack Lew está limitado a abogar por flexibilidad, aterrorizado de las consecuencias de otro desequilibrio.

No es difícil darse cuenta de por qué ha resultado tan difícil llegar a un acuerdo. Como señaló Goldman Sachs, las autoridades europeas están negociando sobre la base de tres principios: primero, permanecer en la eurozona requiere un mayor ajuste económico por parte de Grecia; segundo, el apoyo adicional debe ser condicional; tercero, se requiere supervisión externa para garantizar el cumplimiento de esas condiciones. Sin embargo, el Gobierno griego fue elegido bajo la promesa de permanecer en la eurozona, pero sin austeridad, ajuste o supervisión externa. Estas posiciones son irreconciliables. Es necesario que cualquiera de los lados ceda o Grecia incumplirá. Si Grecia incumple sus obligaciones, tendrá una segunda ronda de decisiones que tomar: principalmente, tratar de permanecer dentro de la eurozona, incluso sin bancos que funcionen normalmente.

Llegar a un acuerdo no es, en principio, inconcebible. Aunque la eurozona va a insistir en tener condiciones supervisadas, cuenta con cierta flexibilidad en relación con cuáles condiciones imponer. Pero Grecia es considerado un reincidente en serie.

Algunos (el Gobierno de España, por ejemplo) están aterrorizados de que las concesiones refuercen la credibilidad de los radicales domésticos. Por consiguiente, la confianza y la tolerancia se han agotado. Mientras tanto, el actual Gobierno griego pudiera tener que colapsar y formar uno nuevo antes de que el país pueda hacer concesiones. Entonces, ¿qué pudiera suceder después? En el supuesto caso de que no fuera posible llegar a un acuerdo "antes de la medianoche", por así decirlo, el Gobierno griego incumplirá, al menos técnicamente, por lo que la restricción de liquidez en la economía se intensificará. La situación fiscal (ya debilitada por los compromisos de gastos, la caída de los ingresos y un debilitamiento de la economía) se deterioraría aún más. Este año, el saldo presupuestario primario, antes de intereses, pudiera ser un déficit de alrededor del 1 por ciento del producto interno bruto, peor que el pronóstico del FMI en abril.

Una pregunta importante es cómo sostener la economía hasta que se alcancen nuevos acuerdos o hasta que los griegos salgan de la eurozona. Adam Lerrick, del American Enterprise Institute, ofrece una sugerencia de cómo pudiera sostenerse la liquidez incluso si los bancos estuvieran cerrados. Bajo su plan, la gente sería capaz de utilizar reclamaciones de depósitos, que se llamarían "recibos de depósito", en lugar de billetes y monedas de euro que ya no podrían obtener de su banco. Esto sustentaría el gasto en una economía tan dependiente del dinero en efectivo. Los certificados de depósito se establecerían como moneda de curso legal. En Grecia, por lo tanto, estos certificados de depósito serían considerados dinero.

Bajo esta propuesta habría un límite en la emisión, ya que los ingresos serían respaldados por depósitos existentes, uno por uno. Los griegos todavía tendrían que realizar sus pagos externos en euros. El valor de los certificados de depósito (una especie de euro griego) fluctuaría frente al euro de acuerdo al aumento o disminución de la demanda de este último.

Este plan pudiera amortiguar la economía griega contra un colapso total. También pudiera ser el precursor de una salida absoluta si no se llegara a un acuerdo viable. Dado el estancamiento político actual, puede que un recurso como éste sea necesario en un futuro cercano.

Durante mucho tiempo, mi opinión ha sido que si se puede llegar a un acuerdo en lo absoluto, se necesitará tiempo.

También requerirá grandes concesiones de ambas partes. Pero creo que un acuerdo, en principio, debiera ser posible.

También es difícil exagerar la importancia de una salida –incluso de un país tan pequeño e irritante como Grecia– para el proyecto de la eurozona (por muy errado que sea) y para la integración europea de después de la Segunda Guerra Mundial.

Una vez que la membresía en la eurozona se considera reversible, las fuerzas económicas que impulsan la integración dan marcha atrás. Cada una de las crisis se convertirá en algo potencialmente letal. Los esfuerzos del BCE para eliminar el riesgo de salida habrán sido casi en vano.

Esto debe considerarse como un juego de larga duración. Todos los involucrados cometieron errores garrafales durante el período previo a la crisis griega y también desde entonces. Fallar ahora representaría acumular todavía más errores sobre los anteriores. Más bien, ellos necesitan reconocer y aprender de esos errores pasados.

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