Por ejemplo, consideremos las ventas de Porsche, que han aumentado un 43 por ciento en comparación con las del año pasado. O revisemos el índice de confianza del consumidor, que ahora es más alto de lo que era incluso en la vertiginosa cima del desventurado auge inmobiliario español. O veamos el repunte del 10 por ciento en las ventas de cemento en el primer trimestre (sólida prueba de que incluso el destruido sector de la construcción español está en vías de recuperación).
Estos y otros innumerables indicadores apuntan a la misma conclusión general: después de años de una desoladora crisis, seguida de varios trimestres de tibia recuperación, la economía española está recuperándose rápidamente. La producción nacional se encamina a crecer alrededor de un 3 por ciento este año, convirtiendo a España en una de las economías de más rápido crecimiento en Europa.
Fundamentalmente, y a diferencia de lo sucedido en las primeras etapas de la recuperación, la economía española hoy en día ya no depende solamente de las exportaciones. El mercado inmobiliario, el sector de la construcción, el consumo privado y la inversión en fábricas en general están ayudando a impulsar la recuperación española. Es esta mejoría general la que explica por qué la economía (al menos hasta ahora) ha sido muy poco afectada por la profundización de la agitación política tanto en el país como en el resto de la eurozona.
Las reformas gubernamentales claramente han jugado un papel importante en la recuperación, sobre todo la reforma del mercado laboral de 2012 y la del sector bancario afectado por la crisis. Pero el país también se está beneficiando de las tendencias macroeconómicas más amplias que son ajenas a Madrid.
Según el último informe de la OCDE sobre el país, el "robusto crecimiento" español durante este año y el próximo está siendo "impulsado por condiciones financieras muy favorables, la depreciación del euro, los precios más bajos del petróleo y el fortalecimiento del crecimiento de los socios comerciales".
El organismo con sede en París, concluye: "El conjunto de fuerzas que apoyan el crecimiento en España es el más fuerte desde la crisis".
A medida que se avecinan las elecciones de este año, el Gobierno de Mariano Rajoy obviamente ha estado dispuesto a resaltar la mejoría económica.
Como se jactó el Primer Ministro español en el más reciente debate sobre el estado de la nación: "Sólo se puede comparar la velocidad de nuestra recuperación con la velocidad con la que nos hundíamos anteriormente. España ha pasado de ser un país al borde de la quiebra a convertirse en el ejemplo de recuperación en el que, a día de hoy, se fijan otros países de la Unión Europea”.
Sin embargo, los expertos advierten que las perspectivas económicas de España (a pesar de todo el crecimiento) permanecen nubladas por la incertidumbre. Señalan en particular la todavía creciente carga de la deuda del país, un abultado déficit público y la brutal crisis de desempleo.
El desempleo se está reduciendo rápidamente; ahora hay 500.000 desempleados menos que hace un año. Pero la tasa de desempleo, del 24 por ciento, es la más alta en Europa después de Grecia.
No menos alarmante es que más y más desempleados han sido excluidos del mercado laboral durante dos o más años, es decir, sus habilidades están tan gravemente erosionadas que tienen pocas posibilidades de volver a encontrar un empleo remunerado.
Otra preocupación es que muchos de los trabajos que se están creando son puestos temporales o de medio tiempo y no ofrecen el tipo de seguridad laboral ni remuneración que los trabajadores normalmente buscan. En mayo, por ejemplo, sólo el 8 por ciento de los contratos de trabajo fueron de empleos de duración indefinida, según datos del Ministerio de Trabajo de España. De esos contratos indefinidos, más del 40 por ciento fueron para trabajos de medio tiempo.
Las finanzas del Gobierno español también están en condiciones precarias.
Según el último cálculo de la Comisión Europea, la deuda pública está cercana a superar el 100 por ciento del producto interno bruto este año.
Por su parte, se prevé que el déficit público sea del 4,5 por ciento del PIB, mejor que durante la crisis, pero aún alarmante, especialmente teniendo en cuenta la rapidez con que la economía está creciendo.
Juan Rubio-Ramírez, profesor de economía en Duke University, en Estados Unidos, dice: "El PIB y el empleo están creciendo. Pero aún me preocupa la situación fiscal española, con una deuda del 100 por ciento del PIB".
Señala que el deseo político de nuevos recortes (y ni hablar de aumento de impuestos) es nulo. Eso significa que las esperanzas españolas de sanar su posición fiscal dependen solamente de otro repunte del crecimiento.
Por el momento, no muchos prestan atención a estas advertencias, silenciadas por el sentido de optimismo que rodea a la economía española. Gran parte de ese optimismo es merecido, como lo demuestra el flujo constante de revisiones al alza de los pronósticos de crecimiento.
Pero al acecho en ese torrente de datos alentadores hay una verdad simple: La crisis económica española puede haber concluido, pero sus consecuencias se sentirán en el mercado laboral, el presupuesto público, las empresas y los hogares españoles durante muchos años.