El banco JP Morgan elabora el índice conocido como riesgo país. En el caso argentino, toma en
cuenta títulos que no son representativos y las notas de las cuestionadas calificadoras de riesgo.
Esta semana el riesgo país superó los mil puntos. Desde el establishment buscaron valerse del
dato como una demostración del supuesto pésimo concepto que tienen los inversores de la
economía argentina. El riesgo país tuvo su momento de auge en los noventa y hasta el canje de
deuda, en 2005, e intenta medir el grado de riesgo que entraña un país para las inversiones
extranjeras. Sin embargo, es un indicador simplificado e imperfecto de la situación de una
economía, además de arbitrario, ya que la elección de las variables y la ponderación de cada una
son subjetivas.
Las ganancias se suelen medir usualmente por el rendimiento esperado. El rendimiento a su vez
debe tener en cuenta el riesgo de cobro. Comparar ese retorno de cada inversión en cada país
para conocer cuál es el que ofrece la mejor relación costo-beneficio en un momento determinado
sería imposible. Así nació el artificio del riesgo país, que consiste en comparar la tasa interna de
retorno con un instrumento internacionalmente considerado como el ejemplo máximo de la
ausencia de riesgo.
Para esto se utilizó el bono a un plazo de 30 años, emitido por el gobierno de
los Estados Unidos. Primera arbitrariedad. Si bien es cierto que Estados Unidos es el emisor de
una moneda utilizada por otros países como reserva, su emisión tiene un límite, lo que quedó
demostrado en la crisis de las hipotecas subprime.
El índice se sustenta en la idea de que la tasa de interés de los bonos de Estados Unidos está
conformada sólo por el premio a la espera, ya que no tiene riesgo. Así, la diferencia de tasas será
el componente de riesgo del país. Sobre la base de este artificio, el EMBI+, elaborado por el
banco de inversiones JP Morgan, analiza el rendimiento de los instrumentos de la deuda de países
de la región, principalmente bonos. En las últimas semanas, los bonos argentinos habían mostrado
una importante recuperación, no obstante, el riesgo país avanzó posiciones. Dado que el indicador
debe –aunque sea en apariencia– mostrar solidez, la comparación se hace entre instrumentos de
características similares al título del Tesoro estadounidense elegido.
La última construcción del indicador para el caso argentino contemplaba –el JP Morgan no publicó
aún su actualización– la serie de Global 2017 y los bonos Par y Discount, emitidos durante el
canje, nominados en dólares y bajo la legislación de Nueva York. Dado que los papeles tienen que
cumplir con estas dos últimas características, los títulos elegidos son los menos representativos de
la deuda argentina y del desempeño de la economía. Los papeles con más volumen de negocios
son los que están nominados en moneda local. De hecho, los títulos utilizados por el indicador
tienen cierto rezago entre sí. Es por eso que la recuperación casi generalizada en los bonos en
varias oportunidades este año no siempre se correspondió con una baja en el riesgo país, y
viceversa. A esto hay que descontar el hecho de que el movimiento en los títulos del Tesoro
impacta inversamente en el indicador.
Otra manera en que se mide el riesgo es basándose en la confiabilidad crediticia percibida del
emisor. Se utiliza los análisis de agencias calificadoras de riesgo como Moody’s, Standard &
Poors o Fitch, los cuales asignan un grado de calificación de riesgo crediticio para los títulos
emitidos por los diferentes países. Estas calificaciones, que intentan definir a priori el riesgo,
tienen un mayor grado de subjetividad porque dependen de las percepciones personales de sus
analistas. Las notas se basan en indicadores analíticos y crediticios, desempeño económico,
riesgo político, deuda en default o reprogramada, índices bursátiles, acceso a financiamiento
bancario y de corto plazo y a mercados. El papel de las calificadoras en la última crisis financiera
global dejó sus opiniones desacreditadas.
No obstante, inversores continúan utilizando este tipo de mediciones, a pesar de sus
inconsistencias, arbitrariedades y de la nula predictibilidad de sus resultados. Esto es un riego en
sí mismo, debido al impacto de sus pronósticos para la economía de cualquier país. Por caso, un
riesgo alto no sólo eleva el costo de endeudamiento de un gobierno, sino que también lo aumenta
para el sector privado, con efectos deprimentes sobre la inversión, el crecimiento y el nivel de
empleo de los recursos humanos y físicos
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