martes, 21 de abril de 2015

Petrobras muestra que ahora la corrupción es un asunto de alto riesgo en Brasil

En la década de 1980, la corrupción en Brasil era un asunto simple, aunque caluroso. El primer reto para cualquier ejecutivo encargado de pagar un soborno era recorrer las calles de arriba a abajo para encontrar suficientes comerciantes del mercado negro dispuestos a vender dólares, según explica un excontratista del Gobierno. En una década en que Brasil cambiaba de moneda con más frecuencia que de presidente, las comisiones ilegales en “billetes verdes” eran consideradas las únicas que valía la pena tener.

El segundo reto era llevar el dinero al punto de reunión, que a menudo implicaba ponerse un largo abrigo de invierno relleno de billetes bajo el sol tropical. "El mayor peligro en ese entonces era desmayarse por el calor", recuerda el excontratista.

El escándalo de corrupción de varios millones de dólares que involucra a la compañía petrolera estatal brasileña Petrobras es todo lo contrario. Habiéndose presuntamente desviado dinero en efectivo a través de más de 300 cuentas bancarias en Suiza y lavado mediante todo tipo de negocios, desde gasolineras hasta obras de arte, el mayor esquema de corrupción del país es tan complejo que después de un año de investigaciones, las autoridades apenas están comenzando a entenderlo.

Aunque el más reciente escándalo ha conmocionado tanto a brasileños como a inversionistas extranjeros, esta evolución de la corrupción en Brasil en las últimas décadas es, de hecho, prueba del progreso, según los analistas. Puesto que la policía federal y la fiscalía han ganado cada vez más autonomía e influencia desde el fin del régimen militar en 1985, las redes de corrupción se han visto obligadas a idear métodos cada vez más sofisticados para sobrevivir.

"Hace tan sólo 10 años, [la corrupción] era tan común que la gente ni siquiera tenía miedo de ser atrapada", manifiesta André Camargo, profesor de derecho de la Escuela de Negocios Insper de Brasil.

Pero mientras que la investigación de Petrobras, la cual la Policía apodó Operación “Lava Jato” (lavadero de autos), se puede considerar una victoria en la batalla de Brasil contra la impunidad, también sirve como la más clara advertencia sobre el cumplimiento hasta el momento para las multinacionales que operan en el país y en otros mercados emergentes.

En Brasil, las compañías extranjeras han sido presionadas durante mucho tiempo a hacer pagos con el propósito de acelerar los procesos de regulación o a financiar los pagos de sobornos a través de servicios de consultoría de terceros simplemente, para competir con las compañías locales. "Sin embargo, como ha demostrado el caso de Petrobras, el riesgo de ser descubierto nunca ha sido mayor", recalca Edward Jenkins, un abogado británico que asesora a compañías que desean expandirse hacia Brasil, así como hacia el Caribe.

El escándalo de Petrobras ya ha involucrado a más compañías extranjeras que cualquier otro en la historia de Brasil, compañías como Rolls-Royce y la holandesa SBM Offshore han sido acusadas de pagar sobornos para obtener contratos en la compañía petrolera. Keppel de Singapur y Sembcorp Marine también han sido imputadas por participar en el esquema de sobornos a cambio de contratos en la compañía de perforación Sete Brasil, proveedora de Petrobras. A raíz de las denuncias hechas por un exejecutivo de Petrobras y Sete Brasil, Rolls-Royce ha dicho que va a tomar las medidas necesarias para garantizar el cumplimiento de la ley, SBM Offshore declaró que está cooperando con la investigación y tanto Keppel como Sembcorp negaron haber participado en tal esquema de sobornos.

Conforme los mercados emergentes como Brasil, India y China hacen mayores esfuerzos para enfrentar las malas prácticas corporativas, Estados Unidos y el Reino Unido también están cooperando, mediante el fortalecimiento de la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero de Estados Unidos (FCPA) y la Ley Antisoborno del Reino Unido. Fundamentalmente, hay más cooperación entre los mercados desarrollados y aquellos en vías de desarrollo.

Aunque el desempeño del país en los índices de corrupción a nivel mundial no es terrible (Transparencia Internacional ubicó a Brasil por delante de China e India en 2014, a la par de Italia), la falta de cumplimiento de las regulaciones es endémica en todos los niveles de la sociedad.

La evidencia anecdótica revela una falta de respeto generalizada a la ley y el orden. Por ejemplo, un estudio de las multas de estacionamiento realizado por los académicos estadounidenses Raymond Fisman y Edward Miguel demostró que los diplomáticos brasileños superaron a todas las demás nacionalidades latinoamericanas en el abuso de los privilegios de estacionamiento en la ciudad de Nueva York.

"La corrupción está arraigada en la cultura de aquí (en Brasil se le llama 'jeitinho')", sostiene un ejecutivo de una compañía europea en Brasil, en referencia a la costumbre nacional de eludir las reglas.

Literalmente traducido a "maña", el "jeitinho" en su forma más inocua se considera un rasgo positivo de la cultura brasileña, ya que es una expresión de la inventiva y la informalidad que se remonta a menudo a la herencia mestiza del país y a la ascendencia ibérica.

Para los negocios, el "jeitinho" es particularmente peligroso cuando se trata de navegar los laberínticos sistemas burocráticos y tributarios del país (para cumplir con este último, una compañía promedio debe emplear 2.600 horas al año, según el Banco Mundial). Han surgido intermediarios para ayudar a las empresas a reducir el papeleo, mediante honorarios, parte de los cuales muchas veces va a manos de los funcionarios locales.

Es un círculo vicioso en el que tantas personas en posiciones de poder se aprovechan de la burocracia del país, que los esfuerzos legítimos para reducir la burocracia encuentran una enorme resistencia.

La única solución para las multinacionales es invertir más en el cumplimiento de las regulaciones en países como Brasil.

Pero el hecho de que Brasil enfrenta lo que podría ser su peor recesión en un cuarto de siglo, puede provocar que los directores regionales tengan dificultades para convencer a sus matrices de invertir más en el país. Sin embargo, a medida que más compañías extranjeras se ven involucradas en el escándalo de Petrobras, se está haciendo evidente que tampoco las multinacionales pueden darse el lujo de romper las reglas.

"Éste es un punto de inflexión para Brasil", remarca Mark Weinberger, presidente mundial y director ejecutivo del proveedor de servicios profesionales EY. "Las compañías están llegando a la conclusión de que no vale la pena tomar el atajo para competir en una oportunidad comercial si se está poniendo en riesgo la marca".

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