martes, 14 de abril de 2015

China tendrá dificultad en mantener su ímpetu

A medida que la economía se desacelera, es probable que la demanda de inversión caiga más que proporcionalmente.

A los funcionarios chinos les encantan los eslóganes. Recordé esto el mes pasado durante el Foro de Desarrollo de China, una reunión anual de altos funcionarios chinos, empresarios internacionales e intelectuales en el campo de la política. El eslogan de este año es: "La nueva normalidad", una noción presentada inicialmente (que yo sepa) por McKinsey en 2009.

Los residentes de los países de altos ingresos ahora están acostumbrados a la idea de que el comportamiento de sus economías ha cambiado fundamentalmente. Pero ¿qué significa la nueva normalidad para los chinos?

En el foro, Zhang Gaoli, el viceprimer ministro y miembro del politburó, la caracterizó de la siguiente manera: en primer lugar, "el desarrollo sigue siendo la meta principal de China", a pesar de que haya menores tasas de crecimiento; segundo, el antiguo modelo de crecimiento "con alto aporte, alto consumo de energía y excesiva dependencia de la demanda externa, ya no es sostenible"; tercero, los chinos siguen disfrutando de importantes "oportunidades estratégicas" y, por esta razón, "tenemos plena confianza en nuestro futuro".

Pero, ¿debería existir tanta confianza? Considero que hay dos razones sustanciales por las cuales la respuesta debería ser positiva y dos por las cuales podría ser negativa.

La primera razón por cual la respuesta debería ser positiva es el desempeño pasado. El producto interno bruto per cápita de China (en paridad de poder adquisitivo) aumentó tan sólo un poco más de dos por ciento de los niveles de Estados Unidos en 1980 a 24 por ciento el año pasado, según el Fondo Monetario Internacional. El hecho de que un país tan grande haya logrado esto es extraordinario. Independientemente de nuestra opinión acerca de su política, tenemos que reconocer la capacidad que constituye la base de tal éxito, el cual ha transformado el mundo económicamente y está en camino de transformarlo políticamente.

La segunda razón por la cual la respuesta debería ser positiva es que el país posee enormes fortalezas y potencial.

La población de China es reconocida por ser trabajadora, emprendedora y por dar enorme importancia a la educación. La tasa de ahorro nacional está cercana al 50 por ciento del PIB. Por lo tanto, a pesar de su alta tasa de inversión, el país es un gran acreedor.

Por otra parte, la productividad se sigue quedando rezagada muy por detrás de los niveles de los países de altos ingresos.

Como lo indica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en un nuevo estudio económico de China: "Teniendo en cuenta que alrededor de la mitad de la población aún vive en las zonas rurales, se pueden lograr mayores ganancias en productividad a través de la continua migración a las ciudades, las cuales albergan empleos urbanos más productivos". La reforma y liberalización del sistema de inscripción de hogares promoverán dicha migración.

Las políticas y prácticas imperfectas de la actualidad constituyen otra fuente de oportunidades. Los rendimientos de las inversiones están disminuyendo debido a los subsidios excesivos. La contribución al crecimiento de la "productividad total de los factores" –mejoras de la eficiencia con la cual se utilizan el capital y el trabajo – también está disminuyendo. Los cambios encaminados hacia una mayor dependencia de las fuerzas del mercado, un sistema jurídico más previsible, y un mayor consumo familiar y público, pueden liberar el potencial de otras dos décadas de crecimiento convergente, aunque sea a un ritmo más moderado que en las últimas décadas.

Con este récord y este potencial, ¿por qué debería dudarse de la capacidad de China para crecer rápidamente durante años?

La primera razón es que el crecer muy rápidamente se asimila a andar en bicicleta: todo va bien siempre y cuando se mantenga la velocidad. Sin embargo, cuando se reduce la velocidad, la bicicleta empieza a tambalearse. Ésta es la razón por la cual manejar la desaceleración es tan difícil. La segunda razón es crucial: la economía china está extremadamente desequilibrada. Y la desaceleración de una economía desequilibrada es particularmente difícil.

Un aspecto sobresaliente de la economía desequilibrada es la alta tasa de ahorros y, por lo tanto, su dependencia de la inversión como fuente de demanda. Sin embargo, a medida que la economía se desacelera, es probable que la demanda de inversión disminuya más que proporcionalmente. La razón es que las inversiones pasadas se hicieron basadas en la suposición de un crecimiento anual del 10 por ciento. Con un crecimiento sustancialmente más lento, el exceso de capacidad será crónico. ¿Qué hacen las personas cuando tienen exceso de capacidad? Dejan de invertir. Ésta también es una razón por la cual el Gobierno de China debe mantener el paso en su crecimiento: si no lo hace, las inversiones podrían colapsar ocasionando efectos devastadores.

Eso no es todo. La combinación de una deuda pendiente con una desaceleración de la economía es particularmente dañina.

Sin embargo, eso es lo que el auge de la inversión impulsado por el crédito y relacionado con la propiedad ha creado. A medida que el crecimiento se desacelera, lo mismo sucede con la capacidad de servicio de la deuda, aun cuando las inversiones subyacentes resultaran, en última instancia, ser rentables. Esta disminución en la capacidad de servicio de la deuda generaría una "recesión de balance" de la demanda. Eso se sumaría a la adaptación a la inversión descrita anteriormente. Esta combinación es lo que mantuvo la economía japonesa aletargada en la década de 1990.

Si la economía china ha de cambiar a su nueva normalidad de forma estable y sostenible, debe evitar cualquier colapso.

Para lograr esto se requerirá una gestión macroeconómica muy hábil. Ya es fácil imaginar que China va a terminar con tasas de interés de cero por ciento a corto plazo. El Gobierno central pronto podría verse obligado a aumentar sustancialmente su déficit fiscal, sobre todo si los gobiernos subnacionales altamente endeudados reducen su consumo. El Banco Popular de China podría financiar un déficit público del Gobierno central de esta magnitud directamente. Alternativamente, el Gobierno podría pedir préstamos a los bancos comerciales y acelerar el desarrollo de un mercado de bonos. Con la deuda pública total estimada por la OCDE en sólo el 50 por ciento del PIB, sin duda existe espacio para un mayor endeudamiento.

La respuesta a cómo China manejará estos ajustes está plagada de implicaciones para el resto del mundo. La desaceleración del país ya ha jugado un papel importante en la reducción de la demanda (y los precios) de los productos básicos. Si llegara a ocurrir una caída brusca de la inversión nacional, mientras que los ahorros permanecen tan altos, podrían desatarse superávits comerciales. Esto exacerbaría el exceso de ahorros a nivel mundial en un momento que ya es, de por sí, muy difícil. El mundo espera con ansiedad que las autoridades chinas manejen esta transición exitosamente. La alternativa es inconcebible.

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