Cuando Shinzo Abe, primer ministro de Japón, llegó al poder en 2012, puso en marcha un estímulo dirigido a acabar con 20 años de arraigada deflación. Él lo implementó en un país con enormes deudas públicas y una población decreciente. Estas circunstancias nunca se habían dado, y mucho menos superado. Por lo tanto, sus políticas económicas, "Abenomics” o la Abenomía como se les conoce, proporcionarán una hoja de ruta -buena o mala- para los países europeos en los cuales se gestan problemas similares.
Tres medidas
La Abenomía consiste de tres flechas: un estímulo monetario masivo por el Banco de Japón; un impulso fiscal por el Gobierno, el cual ya se convirtió en una presión fiscal; y reformas estructurales para impulsar el crecimiento a largo plazo. Estas medidas tendrán importantes efectos sobre la prosperidad material japonesa y sobre los mercados financieros globales. Pero, más que eso, los resultados de la Abenomía determinarán en qué tipo de país se convertirá Japón.
Se espera que el éxito en reactivar el crecimiento y hacer frente a la deuda pública japonesa permita que emerja un país más optimista y más feliz, uno con la confianza para lidiar con una región inestable. El fracaso, por el contrario, resultará en un país más introvertido, todavía rico, por supuesto, y lleno de creatividad, pero resentido por su propia decadencia y el crecimiento de su vecino chino.
"Yo creo que el mayor problema es el hecho de que el pueblo japonés fue despojado de su confianza”, declaró Abe en su primer discurso político ante el parlamento, después de una victoria aplastante en las elecciones anticipadas que se celebraron en diciembre pasado. Hasta el momento, los resultados de las políticas de Abe alentaron a los escépticos.
El crecimiento del año pasado fue ligeramente negativo después de un significativo aumento de los impuestos al consumo; se espera que los precios disminuyan en gran parte de este año a medida que los efectos de la baja en los precios del petróleo se dejan sentir. Pero muchos observadores externos aún consideran que la política está funcionando.
Joshua Hausman, profesor auxiliar de política pública en la University of Michigan, señala en relación con la acción del Banco de Japón: "Yo sigo pensando que es la política correcta”. Lo que ahora está claro es que el simple hecho de un cambio de régimen del Banco de Japón -la adopción de un objetivo de inflación del 2% y el lanzamiento de un enorme programa de compras de bonos para respaldarlo- no ocasionó inflación.
Pero la Abenomía está en camino de ocasionar el alza de precios a la manera tradicional: generando la demanda en la economía antes de la oferta. La tasa de desempleo se redujo a 3,6% y las empresas tienen dificultades para encontrar trabajadores. Aunque el proceso es demasiado lento, las condiciones están dadas para que los salarios aumenten, creando un círculo virtuoso de mayor inflación.
Tal vez la analogía más cercana a lo que el gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, está tratando de hacer (crear expectativas de inflación en las que no había ninguna) es el problema que encaró el expresidente de la FED de EEUU, Paul Volcker, en la década de 1980, cuando tuvo que acabar con las expectativas de que los precios estadounidenses subirían rápido cada año. Volcker lo llevó a cabo con una gran recesión.
El peligro de la deflación
Tal vez Kuroda tenga que "empujar” a Japón hacia una bonanza para obtener el mismo resultado y él parece estar dispuesto a hacerlo. "Para eludir el equilibrio deflacionario, se requiere gran poder y velocidad”, declaró el Gobernador del Banco de Japón en un discurso reciente. El progreso en la lucha contra el déficit presupuestario japonés se estancó tras el aplazamiento de un nuevo aumento del impuesto al consumo hasta 2017.
La opinión está dividida entre aquellos como Posen, quien considera que el retraso es imprudente, y economistas como Paul Krugman, quien quiere aumentar la inflación antes de aplicar cualquier freno fiscal. De cualquier manera, aumenta las expectativas y los riesgos relacionados con una estrategia fiscal a largo plazo que el Gobierno prometió para este verano.
Ahora queda la tercera flecha: la de la reforma estructural. Existe un desencanto sobre ciertos componentes específicos, tales como una propuesta para la creación de zonas económicas especiales, que no han llegado a ninguna parte. Pero hay cambio. Casi un millón de mujeres se unieron a la fuerza laboral en los últimos años. La reforma de la gobernanza corporativa está ejerciendo verdadera presión sobre las empresas para distribuir dinero en efectivo.
Parece, ahora más que nunca, que el Acuerdo de Asociación Transpacífico será aprobado en los próximos meses. Mucho depende de cómo Abe utilice el mandato de su reciente reelección. Su primer acto fue una modesta, pero altamente simbólica, reforma al sector agrícola. La Abenomía no le deja muchas opciones a los enemigos: al carecer de un plan alterno para reactivar la economía japonesa, los opositores deben vender la política del miedo, no de la esperanza, permitiéndole así al primer ministro impulsar reformas difíciles.
Una posible trampa, en la cual Abe siempre parece a punto de caer, es la política exterior, con China y Corea del Sur listos para ofenderse por cualquier percepción de falta de contrición durante el 70 aniversario de la derrota en la Segunda Guerra Mundial a celebrarse este año.
"Éste es el momento. Japón puede nuevamente lograr crecimiento y brillar una vez más en el escenario mundial. Estamos recuperando nuestra confianza”, expresó Abe durante su discurso político.
Pronto sabremos si está o no en lo cierto.
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