La compañía, que se encuentra en medio del mayor escándalo de corrupción de la historia de Brasil, dijo que había ganado un codiciado premio por la exploración en aguas profundas.
Para Rousseff, el premio podría servir como recordatorio de las dos caras de Petrobras. A nivel técnico, es una compañía líder a nivel nacional y un símbolo de excelencia de Brasil en la exploración y producción de petróleo. Pero a nivel corporativo, es una catástrofe nacional, una compañía tan mal administrada y, presuntamente, corrompida por los políticos que se encuentra al borde del colapso.
Tan aguda es la crisis de Petrobras creada por el Partido de los Trabajadores (PT) de Rousseff y sus aliados, que ella necesitará controlarla rápidamente o corre el riesgo de ver cómo colapsa su propio Gobierno. Pero es mucho más fácil decir que hay que solucionar los problemas de la compañía que hacerlo.
La compañía petrolera sufre de dos problemas diferentes: mala administración y corrupción. Durante todo el primer mandato de cuatro años de Rousseff, que concluyó el año pasado, su Gobierno obligó a la compañía a subsidiar los precios del petróleo para ayudar a controlar la inflación. Esto se hizo a expensas de los accionistas minoritarios (Petrobras es una compañía que cotiza en las bolsas de São Paulo y Nueva York) y les costó miles de millones de dólares y destruyó el precio de las acciones de la compañía.
Pero lo peor es la corrupción. La policía federal y los fiscales alegan que el PT y sus aliados colaboraron con los ejecutivos corruptos de Petrobras y un cártel de compañías de construcción para obtener miles de millones de dólares en sobornos de los proyectos de la compañía durante la mayor parte de la década pasada.
Rousseff, quien fue presidenta de la compañía antes de llegar a la presidencia de Brasil en 2010, y Graças Foster, quien fue directora ejecutiva antes de convertirse en presidenta ejecutiva en 2012, insisten en que no sabían nada de esto.
Pero para muchos brasileños, estas afirmaciones suenan huecas. Ya en 2009, muchas de las mismas acusaciones fueron objeto de una investigación por parte del Congreso. Si el Congreso ya estaba enterado del escándalo desde hace cinco años, entonces, ¿qué estaban haciendo Rousseff, su predecesor como presidente Luiz Inácio Lula da Silva, Graças Foster y otros directores de Petrobras?
Y el jueves de la semana pasada, la Policía citó al tesorero del PT, João Vaccari Neto, para interrogarlo en relación con el fraude, la primera vez que una figura de alto nivel del partido se ha visto directamente envuelta.
Sin embargo, el mayor problema para Rousseff es que el escándalo se suma a una tormenta perfecta que está ganando fuerza en el primer año de su segundo mandato. Petrobras ha perdido el acceso a los mercados de crédito hasta que pueda dar a conocer los resultados auditados para el año pasado (algo difícil ya que nadie en el Gobierno o la compañía puede ponerse de acuerdo sobre cuánto ha sido robado).
Esto a su vez está creando una crisis de liquidez en las industrias del petróleo y de la construcción en un año en que la economía ya se ve amenazada por la recesión.
Después de años de generosidad fiscal, en los que el Gobierno se concentró en estimular el consumo en lugar de aumentar la inversión, ahora está tratando de poner en marcha un programa de austeridad para equilibrar sus libros.
Las medidas de austeridad incluyen recortes a los beneficios laborales y de pensiones. Pero la austeridad no le va a caer bien a un público que recibe actualizaciones diarias acerca de las inconcebibles cantidades que los políticos en Brasilia y los ejecutivos de Petrobras presuntamente le robaron a la compañía. Un ejecutivo de menor nivel ha ofrecido devolver 100 millones de dólares que alega haber robado durante su tiempo en la compañía.
Dos meses después de haber comenzado su segundo mandato, Rousseff también está políticamente más débil. Ganó las elecciones del año pasado, con uno de los márgenes más estrechos en la historia reciente y perdió el control de la cámara baja del Congreso. Aún cuenta con el apoyo de su mentor, Lula da Silva, que sigue siendo el político más influyente de Brasil, pero deberá andar con cuidado, incluso dentro de su propio partido, para evitar exacerbar la resistencia a su programa de austeridad.
Aunque todavía muy pocos en el Congreso han murmurado las palabras "juicio político", si surge alguna evidencia que la conecte a ella directamente con el escándalo de Petrobras, se le puede acabar la suerte.
La prioridad de Rousseff es encontrar un sucesor para Graças Foster que sea capaz de corregir el rumbo de Petrobras, de modo que pueda seguir ganando premios por su destreza técnica y deje de establecer nuevos récords de desvergüenza.
Aunque aún muy pocos han hablado de 'juicio político', Rousseff deberá andar con cuidado
Miles de millones dólares (nadie sabe exactamente cuánto) es el daño ocasionado a Petrobras
100 millones dólares es lo que dice un ejecutivo menor que robó de la compañía y se ofreció a devolverlos
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