La Comisión Europea (brazo ejecutivo de la Unión Europea) funciona como una suerte de mediador y el Banco Central Europeo (BCE) ejerce como árbitro, en principio favorable a los acreedores (Grecia le debe 27.000 millones), e incluso hay ya una fecha que funciona como una especie de fin de partido: el 28 de febrero expira el segundo rescate y Grecia tiene que haber solicitado una extensión (lo que supondría su segunda concesión, después de haber dicho adiós a la reducción) o un tercer rescate suave que debería negociarse con rapidez para evitar lío en los mercados.
La negociación acaba de empezar. Y no hay mucho margen: lo más probable es que al final los socios concedan una reestructuración limitada (mayores plazos y menores intereses) de deuda, que dejará mínimos ahorros a Atenas para que impulse una parte de su programa social.
Como concesión, Bruselas propone romper la troika, que es la terna formada por la Comisión, el Fondo Monetario Internacional y el BCE; pero las reuniones recién empiezan y habrá una reunión del Eurogrupo la semana próxima, previo al plato fuerte, que es una cumbre de líderes en la que se estrena un Tsipras que tiene presión en casa (debe cumplir parte de sus promesas) y en Europa (está obligado a rebajar el tono) para alcanzar una solución de compromiso que evite un accidente serio.
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