sábado, 16 de abril de 2016

Política de EEUU está cerrando la puerta al libre comercio



Donald Trump quiere aplicar aranceles punitivos a China. Hillary Clinton se opone al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) de 12 naciones que una vez aclamara como un estándar de oro para la nueva generación de acuerdos de libre comercio. Los republicanos están adoptando las exigencias demócratas de comercio "justo". Estados Unidos, el arquitecto del sistema global abierto, se está ensimismando.

El resto del mundo debiera prestar más atención. Esto va más allá de tratarse de crudas emociones políticas agitadas por una carrera presidencial en Estados Unidos. La fallida Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) fue testigo del final de la liberalización del comercio multilateral que nos proporcionara la economía globalizada. El fracaso del TPP equivaldría a la extremaunción de los grandes acuerdos plurilaterales que prometían una alternativa. El libre comercio ha sido una poderosa fuente de prosperidad. Pero ha perdido la legitimidad política. Y no sólo en Estados Unidos: los populistas europeos de la izquierda y de la derecha comparten la inclinación ‘trumpiana’ de erigir las barricadas.

Los optimistas esperan que el giro proteccionista en Estados Unidos sea cíclico. Esperan que las cosas vuelvan a la normalidad una vez que la cacofonía de la contienda presidencial disminuya; y que, liberada del desafío de las elecciones primarias por parte de Bernie Sanders, Clinton, la sucesora más probable del presidente Barack Obama, nuevamente encuentre una manera de cambiar de opinión. El Congreso saliente incluso podría pasar el TPP de "contrabando" durante el interludio "pato rengo" después de las elecciones de noviembre. Tal es el mensaje de la Casa Blanca del presidente Obama y de un grupo cada vez menor de republicanos fieles a su herencia de libre comercio.

Toda la evidencia apunta al otro extremo. La globalización ha pasado de moda. Los astutos observadores de Washington han llegado a la conclusión de que, como uno de ellos lo expresó, "no existe ni la más remota oportunidad" de que el próximo presidente o el próximo Congreso (de ninguno de los partidos) apoye el TPP. En cuanto al debatido Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés) que actualmente está en negociaciones y que se creó para integrar a Estados Unidos y a las economías europeas, habrá que seguir soñando.

Trump ha tocado una fibra extremadamente sensible entre sus principales grupos de electores al culpar a los extranjeros por los males económicos de Estados Unidos. Sin embargo, la reacción en contra del libre comercio va más allá de ser un simple populismo. Las clases medias han visto poca evidencia de los beneficios prometidos por los acuerdos anteriores.

Algunos problemas se aplican específicamente al TPP. Las ganancias potenciales de Estados Unidos están fuertemente inclinadas hacia las empresas de tecnología en la costa oeste. Aquellos en el sector de la fabricación en Estados Unidos opinan que el TPP asegura poco en relación con un mejor acceso a los mercados asiáticos, y se quejan de que el acuerdo coloca a las empresas estadounidenses en una posición vulnerable ante la manipulación de la moneda por parte de los competidores en el exterior.

Muchos más estadounidenses de los que jamás votarían por Trump cuestionan si obtienen algún beneficio de los acuerdos comerciales. El libre comercio siempre ha creado perdedores, pero actualmente parece que la cantidad de perdedores supera a la de los ganadores. No hay nada populista acerca de percatarse de que la globalización ha visto a la parte superior del 1 por ciento tomar una porción cada vez mayor de la riqueza nacional.

La naturaleza de los acuerdos de libre comercio ha cambiado. Solían estar basados en los aranceles. Ahora se concentran en los estándares reguladoras y en las normas; en los derechos de propiedad intelectual; en la privacidad de los datos; y en la protección de la inversión. Éstos son asuntos que impactan profundamente las preferencias políticas y culturales nacionales. El reducir los derechos de importación es una cosa; otra, el persuadir a los votantes de que relajen las normas de la protección de datos o de que acepten nuevas normas sobre seguridad alimentaria.

El cálculo geopolítico también ha cambiado. Para las democracias avanzadas del mundo, la liberalización del comercio de la posguerra era, evidentemente, beneficiosa para todas las partes. Los acuerdos comerciales con Europa y los aliados asiáticos de Estados Unidos a la vez promovieron el crecimiento en esas regiones, proporcionaron mercados a la industria estadounidense, y fortalecieron la lucha contra el comunismo soviético. Pero la entrada de China en la OMC en 2001 cambió el panorama, ya que Beijing se convirtió en el mayor beneficiario del sistema de comercio abierto.

Un contraargumento obvio es que el TPP y el TTIP restablecerían el equilibrio. Ellos solidificarían la integración económica de las democracias avanzadas y formularían las normas reguladoras para todos los demás. El fracaso enviaría un poderoso mensaje acerca del menguante liderazgo de Estados Unidos y de la incoherencia del Occidente. China sería el ganador obvio.

Los votantes no están prestando atención. El libre comercio es bueno para el mundo, tanto como para los consumidores occidentales como para los miles de millones en las economías emergentes que salen de la pobreza. Un retiro por parte de Estados Unidos no va a significar el final de los acuerdos de liberalización bilaterales y regionales de menor envergadura. China hará todo lo posible para firmar acuerdos a las alternativas regionales al TPP con sus vecinos. Pero sin Estados Unidos, se perderá el impulso hacia la liberalización y se sustituirá con un deslizamiento gradual de vuelta al proteccionismo.

No existe una solución rápida. Un período prolongado de crecimiento y de aumento de los ingresos ayudaría. También ayudaría si las políticas proactivas amortiguaran el impacto de la liberalización sobre los perdedores. Estados Unidos pudiera empezar por revitalizar el Programa de Asistencia de Ajuste Comercial (TAA, por sus siglas en inglés) ampliado a raíz del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1993.

Pero la actual política, resultado del descontento de la clase media, exige una respuesta que vaya mucho más allá de unos planes de capacitación y programas de empleo mejores. Mientras que la globalización se considere un proyecto de las élites políticas y de los ricos llevará en sí las semillas de su propia destrucción.


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