El reciente estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI) Las Américas: administrando transiciones y riesgos, le dedica un capítulo especial a la sensibilidad de los precios nacionales ante las variaciones del tipo de cambio, lo que se denomina en la jerga de los economistas como el efecto del traspaso o transferencia inmediata del tipo de cambio a la inflación.
Este tema de preocupación surge porque en los dos últimos años los países de la región han depreciado fuertemente sus monedas. Sus tipos de cambio nominales, es decir la relación o cantidad de la moneda nacional respecto a un dólar, subió fuertemente, especialmente desde enero de 2014, como se observa en el gráfico.
Si hacemos que a enero de 2014 todos los tipos de cambio nominales sean igual a 100, tendríamos a enero de 2016 para la región una subida del índice a 130 (es decir una depreciación acumulada del 30%) y para Colombia y Brasil un aumento a un índice de 170, equivalente a una depreciación acumulada de 70%.
Resalta que el nivel de depreciación en América Latina es mucho mayor que el de las economías emergentes (índice de 130) y que el calculado a nivel mundial (índice de 120).
El propio FMI reconoce que estas depreciaciones "han sido considerables con respecto a la historia reciente de cada país” y que en los casos de Brasil, Chile, Colombia y México "casi no tienen precedentes en los últimos 20 años”. Asimismo, en términos efectivos reales han sido mucho más pronunciadas y persistentes que la experimentada por la región en la crisis financiera mundial de 2008 y 2009, lo que indica que el actual shock de términos de intercambio es de "naturaleza más permanente”, y que las depreciaciones efectivas reales en Brasil y Colombia son "las más pronunciadas en los últimos 35 años”.
Todo esto corrobora lo que veníamos alertando en esta columna, hace tiempo, que la caída de los precios del petróleo no se trata de un fenómeno transitorio y, también, de la sobrerreacción cambiaria de los países vecinos, ambas situaciones juntas resultaron una mezcla explosiva de shock externo, por la caída de los precios de exportación y shock cambiario, por las desmesuradas depreciaciones monetarias de los países vecinos.
Y lo paradójico es que el FMI, que siempre había alentado los tipos de cambio flexibles para hacer frente a los desajustes externos aumentando las exportaciones y contrayendo las importaciones, en forma solapada y en un pequeño recuadro desliza que: "Sin embargo, en muchos países las exportaciones se han mantenido estables y los déficit en cuenta corriente están en aumento”. Es decir, las fuertes depreciaciones cambiarias no lograron expandir las exportaciones ni corregir los desequilibrios externos.
El FMI se pregunta ¿cómo conciliamos ambas circunstancias? Pero lo que tiene que reconocer es, como lo demuestra su propio informe, que los volúmenes de exportación tienden a responder vigorosamente a las variaciones de la demanda externa (aumentando por lo menos en una proporción de un medio hasta cercano a uno). En cambio, responden los volúmenes de exportación en menor medida (entre 2% y 5% en Brasil, Chile y Colombia) frente a una depreciación del tipo de cambio real del 10%.
Lo que no quiere entender el FMI es que no se trata de un problema de competitividad cambiaria, sino del predominio de la demanda externa como impulsora de las exportaciones de América del Sur, centradas en productos primarios y de manufacturas basadas en recursos naturales.
En cuanto al efecto del tipo de cambio en la inflación, concluye que las considerables depreciaciones de las monedas durante estos últimos años han ejercido presión al alza sobre la inflación, pero su impacto ha sido más moderado que en el pasado. Sin embargo, encuentra que en los dos últimos años la contribución de la depreciación del tipo de cambio a la inflación ha aumentado en Brasil, Chile, Colombia y México y fue relativamente grande en 2015.
Llama la atención el FMI a los efectos de segunda ronda, la ampliación del impacto inicial de la depreciación en los precios, debido a rigideces en los mercados de trabajo o de productos o un anclaje deficiente de las expectativas de inflación. En Bolivia es muy rígido el mercado laboral y nuestros mercados de productos son generalmente buenos para subir los precios pero duros para bajarlos.
* El autor, economista, es expresidente del Banco Central de Bolivia.
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