Tal vez Donald Trump haya amenazado con comenzar una guerra comercial con China, pero es evidente que Estados Unidos y su rival geopolítico ya están chocando en vísperas de lo que podría ser un verano conflictivo.
La última señal se vio el martes de la semana pasada cuando Estados Unidos presentó una nueva queja en la Organización Mundial del Comercio (OMC) con respecto a los aranceles antidumping que China ha impuesto sobre los productos avícolas estadounidenses. Es la duodécima vez que la administración Obama ha acusado a China en la OMC, más que cualquier otra administración estadounidense.
“Los agricultores estadounidenses merecen la oportunidad de competir en condiciones equitativas para tener éxito en la economía global y esta administración seguirá exigiendo que China rinda cuentas cuando intenta poner en desventaja a nuestros agricultores, empresas y trabajadores”, dijo Mike Froman, un representante comercial de Estados Unidos.
Esta última movida es parte de un esfuerzo más amplio tanto de la administración como de la industria estadounidense de adoptar una postura más firme con China, en un momento en que la retórica comercial se está avivando incluso lejos de las campañas políticas.
“Esto es una guerra. Esto no es comercio. China está librando una guerra comercial. Debemos reconocerlo y actuar en consecuencia”, aseveró Lourenco Goncalves, director ejecutivo de Cliffs Natural Resources, un productor de mineral de hierro, a un grupo de reporteros la semana pasada durante una reunión de una asociación de la industria siderúrgica de Estados Unidos.
Un motivo importante de las acciones de la administración es su deseo de obtener aprobación del Congreso para el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), el acuerdo comercial más importante negociado por Estados Unidos en décadas, antes de que Obama finalice su mandato en enero.
Esos planes se han complicado debido a la retórica anticomercio de Trump y de otros candidatos presidenciales. La respuesta de la administración ha sido subir el volumen de su propio argumento de que el TPP (el cual incluye a Estados Unidos, Japón y 10 economías de la Cuenca del Pacífico, pero no a China) es una respuesta estratégica importante al propio empuje de Beijing por controlar el comercio de la región.
Si China es el problema, según lo argumentan Trump y otros, el TPP, en lugar de los aranceles burdos que está proponiendo el presunto candidato republicano, es la respuesta correcta, aseveran los funcionarios de la administración.
Estos esfuerzos coinciden con la creciente ansiedad en la comunidad empresarial estadounidense con respecto a lo que ellos consideran como un nuevo nacionalismo económico en China y su impacto sobre todo, desde exportaciones agrícolas y empresas tecnológicas hasta la industria siderúrgica global.
A fines de este mes, el Departamento de Comercio de Estados Unidos tiene previsto tomar una decisión acerca de permitir un caso en el que US Steel está pidiendo una prohibición general de las importaciones de acero de China en respuesta a actos que, según el caso, fueron ataques cibernéticos chinos y el robo de su propiedad intelectual. A fines de este año, China podría ser sometida a aranceles de cerca de 266 por ciento en sus productos siderúrgicos debido a decisiones de tres casos de antidumping.
Estados Unidos también esta presionando a China en otros ámbitos de la esfera comercial. Ha liderado, discretamente, una campaña para bloquear la asignación de “economía de mercado” a China bajo la OMC, un estatus que desea Beijing y que argumenta que debería ser otorgado en diciembre en el decimoquinto aniversario de su ingreso a la OMC.
Incluso mientras se esfuerza por avanzar en un tratado de inversión bilateral con China, la administración Obama ha excluido a Beijing de otras conversaciones en Ginebra sobre el comercio global de servicios. En otras negociaciones, Washington está presionando a China para que reduzca las restricciones en productos ecológicos como celdas solares.
Chad Brown, un exmiembro del consejo de asesores económicos de Obama, dijo que hay una diferencia fundamental entre las tácticas de la administración en contra de China y las propuestas de Trump. Las movidas actuales se están realizando según “las reglas del juego” mientras que los aranceles unilaterales propuestos por Trump probablemente violarían las reglas de la OMC.
Pero otros defensores del libre comercio lamentan lo que está sucediendo.
Dan Ikenson, quien dirige la investigación del comercio en el libertario Cato Institute, dijo que el esfuerzo por parte de la administración de presentar al TPP como una respuesta al ascenso de China destacaba la debilidad de la posición de Obama con respecto al Congreso. “La administración tiene todos los elementos para representar a China como un peligro y un Estado infractor a nivel internacional. Y la mejor manera de responder es presentar estos casos comerciales”, él añadió.
También hay un riesgo de que un “período extremadamente hostil” en las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China podría tener serias consecuencias para el futuro de la relación entre las dos economías más grandes del mundo, dijo Gary Hufbauer, un experto en políticas comerciales en el Peterson Institute for International Economics. “Pronostico muchos años de hostilidad si seguimos en este camino”.
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