La contienda presidencial entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen ocupará un lugar como una de las épicas batallas entre el progreso y la reacción que han reverberado en la historia francesa desde 1789.
No siempre ha prevalecido el progreso. Pero el domingo pasado sí lo hizo, aunque tras pagar cierto precio. Las encuestas de salida sugieren que la victoria de Macron es de 66 por ciento contra el 34 por ciento de su oponente.
No sólo los partidarios de Macron y los aliados de Francia, sino todo el mundo que quiere creer en la capacidad de la democracia liberal de regenerarse a sí misma, respirará con alivio tras la derrota de la extrema derecha de Le Pen. En una elección que expuso claramente las diferentes actitudes francesas hacia el capitalismo global, Europa y la identidad nacional, una mayoría votó, en efecto, por la apertura, la tolerancia y el internacionalismo.
Aun así, la victoria de Macron es incompleta. Esta elección legitimó la extrema derecha francesa como nunca antes. El fracturado panorama político de Francia, un gran descontento social, el pesimismo sobre el futuro de la nación y la decadencia de la presidencia como institución harán de los cinco años de mandato de Macron los más difíciles en Francia desde que Charles de Gaulle estableció la Quinta República en 1958.
Primero viene la elección de dos rondas el 11 y 18 de junio para los 577 escaños en la Asamblea Nacional, la cámara baja del parlamento. Sin una mayoría legislativa para su naciente partido En Marche!, Macron puede convertirse en un prisionero de los partidos tradicionales, decididos a frustrar sus intentos de echar a un lado lo que él ve como la desgastada ortodoxia de la lucha política izquierda contra derecha. Sin una mayoría, tendrá un mandato menos convincente para las medidas pronegocios, las reformas del mercado laboral y la reforma del estado que constituyen el núcleo de su programa económico.
Sin embargo, el triunfo del domingo le da impulso. El apasionado llamamiento que lanzará a los votantes para un pleno mandato puede hacer de En Marche! el mayor partido de la Asamblea Nacional, aunque no logrará la mayoría absoluta. Sea cual sea el resultado, un desafío más serio puede provenir de la resistencia a sus reformas en las fábricas, el sector público y las calles de Francia.
Las dos rondas de la elección presidencial revelaron el amplio apoyo a Le Pen, a la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon y a varios candidatos extremistas menores. Claramente, gran parte de la sociedad francesa se encuentra desesperada por el alto desempleo, el estancamiento de los niveles de vida, el deterioro de los suburbios y las tensiones raciales y religiosas. Nacionalistas, proteccionistas e islamofóbicos culpan a la Unión Europea, y al orden económico mundial del que forma parte, por exacerbar los males de Francia.
Durante la campaña, Macron fue el candidato internacionalista más pro Unión Europea. A fin de convencer a los millones de franceses desilusionados de que sus reformas merecen tiempo para tener éxito, necesitará la ayuda de Alemania conforme intenta implementarlas. Si Alemania no ayuda a Macron con el apoyo a las políticas de inversión procrecimiento y con menos dogma sobre las finanzas públicas, ¿a quién ayudarán alguna vez los alemanes en París?
Es probable que la luna de miel de Macron con el electorado francés sea corta. El aura de la presidencia no es lo que era, gracias a los fracasos políticos y a las deficiencias personales de Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y François Hollande, los presidentes desde 1995 hasta la fecha.
Sin embargo, se pondrá a prueba mucho más que la carrera de Macron en los próximos cinco años. Él proviene, y fue la elección política, de las élites tecnocráticas francesas. Preocupado por el modelo fracturado de los partidos políticos y el malestar social de la Francia moderna, lo identificaron como la joven, talentosa, y éticamente impoluta figura necesaria para insuflar nueva vida a la Quinta República. Si Macron tropieza, podría allanar el camino para el regreso de Le Pen en 2022.
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