jueves, 25 de mayo de 2017

Argumento a favor de impuestos más altos en EEUU



Los estadounidenses se quejan de tener que pagar impuestos. Pero sólo 8 por ciento de ellos están molestos por lo que ellos mismos pagan; 67 por ciento siente que hay otros —los ricos, los pobres, las corporaciones— que no están pagando su parte justa, como lo señala Vanessa Williamson en su libro "Read My Lips: Why Americans Are Proud to Pay Taxes" (Lee mis labios: Por qué los estadounidenses están orgullos de pagar impuestos).

Esa percepción de opacidad e inequidad —ejemplificada por los Papeles de Panamá o la reticencia de Donald Trump con respecto a someter sus declaraciones de impuestos— está relacionada con la hostilidad en contra del “47 por ciento” más pobre de la población (la crítica de Mitt Romney en 2012 de los estadounidenses pobres que no ganan lo suficiente para pagar impuestos) o en contra del 1 por ciento de los ciudadanos que esconden su dinero en las Islas Caimán.

El punto clave es que a los estadounidenses no les importa pagar impuestos. Como lo demuestra la investigación de Williamson, ellos lo ven como parte de su deber cívico que les da el derecho a “ser respetados por los demás ciudadanos”. Pero sí les preocupa que el sistema no es justo ni eficiente.

Tienen razón. Hace unos días, el Congreso inició un debate sobre la reforma tributaria. Tanto los republicanos como los demócratas creen que el sistema necesita ser reformado. Pero desgraciadamente, la administración Trump y los republicanos en el Congreso están proponiendo la misma solución de siempre: recortes de impuestos para los ricos y para las compañías.

Su argumento es que la “economía de goteo” funcionará mágicamente para impulsar el crecimiento, aunque no hay ninguna evidencia de que éste haya sido el caso en los últimos 20 años. Los recortes tributarios en 2001 y 2003 durante la administración de George W Bush no estimularon el crecimiento ni lo lograron los recortes de la era de Obama.

De hecho, el repunte de crecimiento más grande se vio durante la presidencia de Bill Clinton en la década de 1990, en el contexto de tasas impositivas más altas.

Si las últimas décadas nos han enseñado algo, es que, conforme los ricos se han vuelto más ricos, no han creado una tendencia al alza de crecimiento para la economía general. En la década de 1950, la tasa impositiva marginal máxima para individuos era de 90 por ciento y la tasa corporativa era de más de 50 por ciento. Actualmente, la tasa corporativa es de aproximadamente 35 por ciento (la mayoría de las compañías pagan mucho menos) y la tasa individual más alta es de 39.6 por ciento. Sin embargo, la tasa de crecimiento actual del producto interno bruto per cápita real es 50 por ciento más baja. Por esto algunos economistas y políticos están comenzando a considerar una idea radical: tal vez las tasas de impuestos más altas no sólo no sean malas para la economía, sino hasta sean positivas.

Como se señaló en el reciente Panorama Económico Mundial del Fondo Monetario Internacional, la gran desigualdad de los ingresos y el populismo que ocasiona es la principal amenaza al crecimiento económico. No cabe duda de que la reducción de las tasas impositivas en las últimas décadas han ensanchado la brecha de riqueza; los países como EEUU y el Reino Unido que tuvieron las mayores reducciones de las tasas impositivas máximas también tuvieron los mayores incrementos en la desigualdad de ingresos.

Lo más interesante es que hay una gran falta de evidencia para aseverar que la reducción de las tasas realmente haya incrementado la inversión, lo cual es la base de la mitología de las “economías de goteo”. Como lo señala un análisis del Instituto Roosevelt, los negocios en EEUU están invirtiendo ganancias marginales y fondos de empréstitos a 25 por ciento de la tasa en comparación con la década de 1960. Cuando consideras que las tasas impositivas eran mucho más altas en ese momento, los argumentos de grupos como la Business Roundtable o la Cámara de Comercio de EEUU que aseveran que las compañías invertirían más en EEUU si las tasas impositivas fueran más bajas, parecen absurdos.

Es probable que las compañías invertirían cualquier monto adicional obtenido por una tasa más baja sobre la repatriación de efectivo extranjero en una recompra de acciones. El impuesto sobre los dividendos de 2003 no impulsó la inversión, pero la “amnistía de repatriación” de 2004 impulsó la recompra de acciones en 21.5 por ciento. Eso tiene el efecto de desconectar a los mercados de la economía real y de potencialmente aumentar el riesgo de un desplome del mercado, una posibilidad que les ha preocupado a los investigadores en el departamento del Tesoro durante algún tiempo.

Además incrementa el salario de los ejecutivos, impulsando al grupo de ingresos más altos a exigir un salario más alto de lo normal, según una investigación realizada por los economistas Emmanuel Saez y Thomas Piketty. Esto es parte de su argumento a favor de una tasa impositiva mucho más alta para los individuos más ricos.

Aun usando un clásico análisis económico de las tasas impositivas óptimas para los ricos (que se basa en determinar cuán altas pueden llegar a ser las tasas sin eliminar el incentivo para que los ricos quieran trabajar más), el resultado sería una tasa máxima de cerca de 57 por ciento, mucho más alta del nivel actual.

Nadie está sugiriendo que los estadounidenses ricos o las compañías en EEUU deberían pagar ese nivel de impuestos. Pero es un error pensar que un recorte de impuestos estimulará el crecimiento y que pagar impuestos —como lo asevera Trump— es una estupidez. Como lo señala Williamson, pagar impuestos es uno de los pocos factores que unen a nuestra sociedad.

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