miércoles, 10 de mayo de 2017

La implosión del Gobierno delincuente de Venezuela



Cuando Hugo Chávez reescribió la Constitución venezolana hace 18 años, predijo que perduraría por “siglos”. La semana pasada, su sucesor, Nicolás Maduro, declaró que quiere una Constitución nueva. Lo que es aún más grave, el Presidente dijo que quería crear una “asamblea popular”. Este nuevo órgano “supremo” del poder no requeriría partidos políticos ni elecciones populares. En teoría, podría estar en el poder para siempre.

La propuesta provocó ira en el país. Ha impulsado a las manifestaciones que han surgido en las calles de Venezuela este mes pasado, en las que más de 30 personas han muerto. “Éste es el golpe de Estado más serio en la historia de Venezuela”, afirmó Julio Borges, líder de la Asamblea Nacional controlada por la oposición. Es un “golpe de Estado”, concordó Aloysio Nunes, el ministro de relaciones exteriores de Brasil. Pero este último intento de Maduro para tomar el poder y evitar las elecciones también es una señal de desesperación. Un cambio de régimen es una posibilidad real. Esto tendrá consecuencias que repercutirán mucho más allá de Venezuela

La inflación galopante, corrupción desenfrenada, escasez de alimentos y una recesión que ha encogido a la economía en 25 por ciento desde 2013, han minado el apoyo de Maduro. Aunque él continúa declarando que Venezuela es un mar de paz, esta semana un video que lo mostró bailando en la televisión estatal inmediatamente fue seguido por una toma de las calles llenas de gas de lacrimógeno en Caracas.

Maduro también está aislado en el extranjero. Hace dos semanas inició la retirada de Venezuela de la Organización de Estados Americanos (OEA) para evitar ser rechazado por la organización. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), un grupo regional fundado por Chávez, no está brindando a Maduro el mismo apoyo diplomático que antes tenía. China, que le ha otorgado préstamos de 60 mil millones de dólares a Venezuela, no está ofreciendo crédito adicional.

Las consecuencias humanitarias del colapso de Venezuela son las más apremiantes. Refugiados del país se están dirigiendo a Brasil y Colombia. El colapso del cuidado médico significa que las mujeres embarazadas están cruzando la frontera para dar a luz. Tres cuartas partes de la población han perdido un promedio de nueve kilogramos de peso corporal el año pasado.

También hay implicaciones de carácter penal. Venezuela se ha convertido en un importante centro de tránsito para el tráfico de cocaína hacia África e Europa.

Finalmente, hay ramificaciones financieras. Venezuela tiene las reservas energéticas más grandes del mundo y muchas compañías han invertido grandes sumas en el país. La planta de General Motors fue nacionalizada la semana pasada. Los bonos cotizados en 100 mil millones de dólares de Venezuela hace tiempo han sido valorados con un alto riesgo de incumplimiento.

Si hay un impago, Rosneft, la compañía petrolera rusa puede confiscar la mitad de Citgo, la refinería estadounidense que es propiedad de Venezuela, como garantía.

Claro que es posible que este ciclo de protestas se disipe, al igual que los ciclos previos de 2014. Los círculos concéntricos de seguridad que surgen del régimen (el Ejército, la Policía y la Guardia Nacional, los maleantes asalariados llamados “colectivos”, y los asesinos mercenarios que se filmaron en un video reportaje del Financial Times esta semana) tal vez se mantengan.

Actualmente la situación es aún más desesperada. Las importaciones de alimentos han caído 70 por ciento desde 2014. Hasta en los vecindarios chavistas tradicionales se percibe una sensación de traición de la revolución. Las familias de la Policía y la Guardia Nacional también están hambrientas. En algún momento tal vez ni los colectivos puedan controlar las protestas masivas. Entonces, surge la pregunta: ¿llegará el Ejército y disparará en contra de los manifestantes?

Venezuela enfrenta varias opciones. Un camino lleva a una dictadura respaldada por los militares; el otro al fin del régimen. Hay un tercer camino en el que la comunidad internacional desempeña un papel: una transición negociada, que tal vez pudiera ofrecer amnistía para los altos dirigentes para asegurar su retirada. Tristemente, Caracas no ha mostrado interés en hablar. En vez de eso, se ha aislado como lo hacen las dictaduras.

Todo esto nos lleva a una desalentadora conclusión. Venezuela es un lugar nefasto que se va a volver aún más peligroso. Este país que ha sido un problema durante tanto tiempo está a punto de convertirse en una prioridad urgente que otros Estados no pueden seguir ignorando.

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