domingo, 6 de noviembre de 2016

El casillero vacío o casillero del diablo

Los vientos de cambio recientes en Argentina y Brasil soplan hacia los principios del Consenso de Washington -que se creían superados- centrados exclusivamente en el mercado, la apertura financiera indiscriminada, los paraísos tributarios a la inversión extranjera y en el confinamiento del problema de la equidad al rebalse de los frutos del crecimiento económico.

En el caso boliviano, lo relevante es que el énfasis en la estabilidad macroeconómica ha permitido conjuncionar el crecimiento económico con la redistribución del ingreso y la reducción de la pobreza, objetivos que en el pensamiento dominante del Consenso de Washington presentan un trade-off o sacrificio de uno de los dos objetivos.

Incluso en instituciones como CEPAL (2016), que expresan la corriente neoestructuralista, presentan en forma separada lo económico de lo social; así el estudio económico enfatiza el problema del crecimiento y el panorama social, habla de pobreza y equidad, como si fueran dos problemas separados.

Por eso es importante actualizar al 2015 el famoso casillero vacío de Fajnzylberg (1990), que resulta al cruzar las variables de crecimiento y equidad y que, un cuarto de siglo después de su hallazgo, parece difícil de llenarse con alguna excepción, como se ve en el gráfico.

A Bolivia, su política económica le ha permitido, a su vez, diferenciarse de las otras experiencias contestatarias, como Venezuela, casillero II, que si bien han tratado de reducir la pobreza y la desigualdad no han podido mantener una baja tasa de inflación y un crecimiento económico sostenido.

La economía boliviana desde 2006 a 2015 ha presentado una situación macroeconómica muy expectable comparada con períodos anteriores y con otros países de América Latina. Ha atravesado la crisis financiera de 2008 y actualmente está enfrentando un shock externo adverso y persistente de términos de intercambio y, sin embargo, ha registrado una tasa de crecimiento de 4,9% en 2015, la más alta de América del Sur, y el Gobierno espera que crezca alrededor del 4,7% en 2016.

Lo resaltante es que simultáneamente ha logrado reducir, respecto a 2005, tanto la pobreza extrema como moderada en más de 20 puntos porcentuales, y disminuir la desigualdad expresada en el coeficiente de Gini de 0,60 en 2005 a 0,47 en 2015, en trece puntos porcentuales según el INE. Es decir, la política económica ha tendido hacia el objetivo estratégico de crecimiento con equidad.

Si se reconstruye para el periodo 2006-2015 y para un grupo de países (Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Perú, Uruguay y Venezuela), el casillero vacío de Fajnzylberg (1990), como se observa en el gráfico -que cruza dos variables: crecimiento del PIB per cápita y el coeficiente de Gini- se encuentra que Bolivia entre 1990 y 2015, ascendió del casillero I, bajo crecimiento y alta desigualdad, al casillero III, alto crecimiento y alta desigualdad con un coeficiente de 0,47, estando ocupado el casillero IV de alto crecimiento y baja desigualdad solamente por Uruguay, que tiene un coeficiente de Gini de 0,38.

De acuerdo con Naciones Unidas, un coeficiente de Gini superior a 0,40 es alarmante, pero si se utiliza la medición estándar de desigualdad según la OECD, de 0,32, el casillero seguiría vacío 25 años después. América Latina, en promedio, se mantuvo en el casillero I de bajo crecimiento y alta desigualdad, por lo que la región no habría perdido una década sino un cuarto de siglo.

Brasil tenía en 1990 por lo menos alto crecimiento y alta desigualdad, y ahora está en el casillero I de bajo crecimiento con alta desigualdad que se supone va a aumentar con los vientos neoliberales. Y Chile, si bien logró buenas tasas de crecimiento no logró disminuir la desigualdad quedando en el casillero III.

La idea central es que la desigualdad es una opción de política económica, no es inevitable, y debe hacerse explícita, como objetivo de política económica, el lograr una mayor equidad junto con buenas tasas de crecimiento económico.

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