miércoles, 16 de noviembre de 2016

Consecuencias económicas del presidente Trump

Donald Trump ha ganado la presidencia, a pesar de haber perdido el voto popular. Como resultado, Estados Unidos ha elegido como su próximo presidente a un hombre cuya inexperiencia, carácter, temperamento y conocimiento parecen hacerlo inadecuado para este alto cargo. Las consecuencias de una presidencia de Trump serán numerosas y diversas. Las económicas no serán las menos importantes. Su administración pudiera incluso revertir la globalización, desestabilizar el sistema financiero, debilitar las finanzas públicas estadounidenses y amenazar la confianza en el dólar.

La globalización liderada por Estados Unidos ya es frágil, y es probable que Trump la lleve a la tumba. Tras su victoria, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, siglas en inglés) parece haber muerto. Eso pudiera dejar una apertura para una alternativa liderada por Beijing: la Asociación Económica Regional Integral (RCEP), pero es probable que el TPP no sea reemplazado. El Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) estaba moribundo y ahora ha fallecido. Trump también ha sugerido la derogación o renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan).

Sobre todo, él ha sugerido la imposición de altos aranceles, especialmente sobre las importaciones provenientes de China y México, "para disuadir a las compañías de despedir a sus trabajadores con el fin de trasladarse a otros países y enviar sus productos a Estados Unidos libres de impuestos". Es casi seguro que estas medidas serían contrarias a las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Y también crearían el riesgo de generar represalias. Los costos para Estados Unidos, para el comercio mundial y para la credibilidad del sistema comercial pudieran resultar ser extremadamente altos.

Un segundo tema de preocupación es la regulación financiera. Trump ha apoyado la derogación de la Ley Dodd-Frank de 2010, la cual fue la respuesta regulatoria a la crisis financiera. Numerosas empresas financieras la detestan. Sin embargo, la cuestión es si sería reemplazada por una alternativa más eficaz o por un retorno a la situación antes de la crisis en la que todo era permitido.

Si sucede esto, las posibilidades de ocasionar otra crisis, posiblemente de mayor magnitud, con seguridad se incrementarían. Sin embargo, en materia de regulación financiera, a diferencia de en materia de comercio, el populismo de Trump pudiera proteger a Estados Unidos de los peores instintos desreguladores de los congresistas republicanos en lugar de lo opuesto.

Trump también desea un significativo aumento de gastos en infraestructura y de recortes de impuestos. Lo primero sería deseable, sobre todo si los proyectos fueran sensatos. De hecho, sería increíblemente irónico si Trump llevara a cabo, con el apoyo republicano en el Congreso, precisamente el tipo de estímulo fiscal keynesiano al que los congresistas republicanos rotundamente se opusieron cuando la administración de Barack Obama razonablemente lo sugirió en 2009. Desafortunadamente, el momento sería mucho menos oportuno, ya que la economía estadounidense de hoy está infinitamente más cerca del pleno empleo de lo que estaba en aquel entonces.

Las propuestas en relación con los impuestos otorgarían enormes beneficios a estadounidenses que ya son ricos, como Trump. Según el Centro de Política Tributaria (TPC), el plan más reciente de Trump elevaría los ingresos después de impuestos de aquellos en el tercer quintil de la distribución de ingresos en 1.010 dólares o 1,8 por ciento. Sin embargo, el 0,1 por ciento de la población disfrutaría de un recorte tributario medio de casi 1,1 millones, o más del 14 por ciento de los ingresos después de impuestos. El aumento acumulativo de la deuda federal pudiera alcanzar el 25 por ciento del producto interno bruto (PIB) en 2026. Los congresistas republicanos pudieran querer compensar este último punto, al menos parcialmente, reduciendo drásticamente los gastos, incluyendo en el seguro social y en la salud, pero Trump se opone a esto.

Entonces, la unión del populismo de Trump con la obsesión de recortes fiscales de los republicanos pudiera ocasionar enormes y permanentes aumentos en los déficits fiscales. Por tanto, esto representaría un gran reto para la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos. La respuesta obvia sería endurecer la política monetaria. Trump ha indicado que está a favor de hacerlo, pero también que la economía debiera crecer a cerca de un 4 por ciento al año. Eso parece imposible dado el lento crecimiento de la fuerza laboral.

Sin embargo, al elegir un reemplazo para Janet Yellen, la presidenta de la Fed, para 2018, Trump pudiera buscar a alguien que maneje la política monetaria bajo la suposición de que tal crecimiento fuera factible. El resultado sería la clásica mezcla populista de políticas fiscales y monetarias ultraflojas. Es probable que los efectos sean una inflación creciente, unas mayores tasas de interés nominales a largo plazo y un dólar débil. Eso pudiera determinar una transformación en el régimen monetario global. Incluso pudiera generar el tipo de ambiente experimentado durante la década de 1970, cuando el presidente Richard Nixon y Arthur Burns, el presidente de la Fed, estaban a cargo.

Lo que realmente suceda dependerá de si Trump hará como presidente lo que declaró como candidato, y de su interacción con el Congreso. Algunos sugieren que personas más sabias contendrán sus excesos. Pero existe poco en su comportamiento pasado que sugiera que es realmente posible. No nos equivoquemos: el triunfo de Trump pudiera desestabilizar la economía estadounidense y la mundial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario