La dificultad de manejar esta transición ya está deteriorando la reputación de los legisladores chinos. Los errores en el manejo de la implosión de la "burbuja económica" de la década de 1980 ocasionaron el daño en Japón. Ahora se trata del mal manejo de la moneda y del mercado de valores por parte de las autoridades chinas. Del mismo modo, la crisis financiera de 2007 y 2008 devastó la reputación de los financieros occidentales y de los legisladores. Todo el mundo parece ser un genio cuando el crédito está creciendo vertiginosamente.
Comprensible y justificadamente, los observadores están pidiendo a las autoridades chinas que sean más transparentes.
Dado su sistema político ("el burócrata sabe lo que es mejor") eso será difícil de lograr, pero ésta es una cuestión de menor importancia. La de mayor es que no está claro cómo y si la transición a una economía más equilibrada se llevará a cabo.
De nuevo, algunas personas se concentran en la transición de la manufactura a los servicios. Esto parece estar yendo bastante bien: según datos chinos, la industria creció a una tasa anual de sólo un 6 por ciento en los tres primeros trimestres de 2015, mientras que los servicios crecieron en un 8,4 por ciento. Sin embargo, una gran parte de este aparente éxito se debe al crecimiento de los ingresos por los servicios financieros. Así como fue el caso en el Occidente, antes de la crisis, esto es tanto un síntoma del crecimiento del crédito como de una transición a una "nueva normalidad" más equilibrada.
Los indicadores fundamentales de un cambio en la forma de la economía serían una disminución en el ahorro y en la inversión, y un aumento en el consumo. Tal cambio es necesario no sólo porque gran parte de la inversión se desperdicia, sino porque se asocia con un aumento explosivo de la deuda. China actualmente tiene una porción mucho mayor de la inversión en el producto interno bruto de la que las otras economías orientales asiáticas jamás hayan tenido. Además, según el McKinsey Global Institute, el endeudamiento total es extremadamente alto, con una concentración en las corporaciones no financieras. Por ejemplo, es más alto que en Estados Unidos.
En respuesta a la crisis financiera de 2008, China promovió un enorme aumento de la inversión impulsado por la deuda para compensar el debilitamiento de la demanda externa. Pero el crecimiento subyacente de la economía se está desacelerando.
Como resultado, la "relación capital-producto" (la cantidad de capital necesario para generar ingresos adicionales) se ha duplicado desde principios de la década de 2000. La relación capital-producto global de China también es muy alta y continúa aumentando. En el margen, la mayor parte de esta inversión es probable que sea deficitaria. Si es así, la deuda asociada con ella también será desaconsejable. Pero si se redujera la inversión antieconómica, la economía entraría en una recesión.
Lo que se necesita es un ajuste moderado de la estructura económica, con un descenso de inversión estimulada por el crédito y el aumento del consumo como proporción del producto interno bruto (PIB). Pero, ¿esto está ocurriendo? no o está sucediendo con demasiada lentitud. La porción de la inversión se ha reducido ligeramente, mientras que la explosión del endeudamiento continúa: la relación entre la deuda y el PIB fue de 157 por ciento a finales de 2007; de 250 por ciento a finales de 2013; y de 290 por ciento a finales del segundo trimestre de 2015.
Una vez más, los ingresos familiares disponibles fueron sólo del 61 por ciento del PIB en 2013. Esto está ligeramente por encima del mínimo del 59 por ciento en 2008 y 5 puntos porcentuales por debajo de donde estaba en 2000. Los hogares chinos también ahorran alrededor de un tercio de los ingresos disponibles. Esto explica por qué el consumo es de solamente alrededor de un 40 por ciento del PIB. El cambio en los ingresos hacia los hogares (necesario para elevar contundentemente la proporción de consumo en el PIB) está ocurriendo a un paso glacial.
En resumen, la demanda sigue dependiendo del crecimiento de una inversión antieconómica alimentada por la deuda. Los cambios en la estructura económica necesarios para eliminar esta dependencia simplemente no están ocurriendo.
¿Existen alternativas? Sí. La primera sería dejar que disminuyera la inversión y sustituirla con un mayor superávit de cuentas corrientes. Un debilitamiento de la moneda ayudaría a facilitar el proceso. Dado el fuerte deseo del pueblo chino de sacar su dinero fuera del país, lo cual demuestra la disminución de las reservas de divisas, esto bien pudiera ocurrir bajo el tipo de cambio de libre flotación que exige Estados Unidos. Sin embargo, un superávit chino de un 10 por ciento del PIB, por ejemplo, seguramente sería demasiado grande para que el mundo pudiera lidiar con él.
La segunda posibilidad sería tener un déficit fiscal mucho mayor. Esto pudiera utilizarse para transferir el poder adquisitivo a los hogares chinos. Eso también desplazaría el creciente endeudamiento del resto de la economía hacia el Gobierno.
La realidad es que la economía china no se está convirtiendo en una que sea dirigida por el consumo. De hecho, dada la baja participación de los hogares en el PIB, no puede ser impulsada por el consumo. En gran medida, la economía china sigue dependiendo de la inversión financiada con deuda.
Las autoridades se enfrentan a un dilema: continuar impulsando el crecimiento antieconómico o implementar reformas radicales que pudieran ser desestabilizadoras a corto plazo, pero productivas a largo plazo. Cualquiera que sea la retórica, el camino elegido hasta ahora es el primero, pero es probable que represente un crecimiento decepcionante, un alza de la deuda e incluso una crisis financiera. Es improbable que los legisladores chinos pronto recuperen su reputación.