martes, 19 de mayo de 2015

El asediado futuro de la política comercial mundial

¿Debieran ser acogidos los acuerdos comerciales plurilaterales que ha propuesto Estados Unidos? Esta pregunta es crucial, en particular para quienes consideran que la liberalización del comercio mundial es un logro notable. También es extremadamente controvertida.

Desde el fracaso de las negociaciones multilaterales durante la "Ronda de Doha" (la cual comenzó poco después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001) el enfoque de la política comercial mundial se ha desplazado hacia los acuerdos plurilaterales restringidos a un subgrupo limitado de socios. Los más significativos están encabezados por Estados Unidos: el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés en todos los casos) y el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP). Tal y como fuera descrito por un estudio realizado por el Council of Economic Advisers estadounidense (CEA) la agenda comercial de la administración del presidente Obama pretende colocar a Estados Unidos "en el centro de una zona comercial integrada que abarca casi dos tercios de la economía mundial y cerca del 65 por ciento del comercio de productos estadounidenses".

El TPP es una negociación entre 11 países, con Japón el de mayor importancia. Sus socios representan el 36 por ciento de la producción mundial, el 11 por ciento de la población y alrededor de un tercio del comercio de mercancías. El TTIP es un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea, los cuales representan el 46 por ciento de la producción mundial y el 28 por ciento del comercio de mercancías. El socio principal no incluido en estas negociaciones es, por supuesto, China.

Algunos de los países que participan en el TPP todavía cuentan con barreras altas con respecto a las importaciones de bienes. El CEA apunta a los aranceles relativamente altos en Malasia y Vietnam, y la protección agrícola en Japón. También argumenta que los socios del TPP y la UE cuentan con barreras más elevadas con respecto a las importaciones de servicios que Estados Unidos.

Sin embargo, la reducción de las barreras representa sólo parte del objetivo de Estados Unidos. El informe del CEA añade que, en el TPP, Washington propone "protecciones laborales ejecutables y políticas más favorables al medio ambiente".

Pero también está buscando "una firme aplicación de los derechos de propiedad intelectual". En el TTIP, "ambas partes buscan un acuerdo sobre disciplinas transversales en relación con la coherencia normativa y la transparencia" (en otras palabras, hacer que las reglas sean más compatibles entre sí y más transparentes para los negocios). Por consiguiente, tanto el TPP como el TTIP, representan esfuerzos para moldear las reglas del comercio internacional. Pascal Lamy, ex director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), sostiene que el "TPP se ocupa sobre todo, aunque no solamente, de los problemas típicos de acceso al mercado relacionados con la protección... el TTIP se ocupa sobre todo, aunque no solamente... de la convergencia normativa". El éxito de estas negociaciones dependerá de si la administración obtiene autoridad de promoción comercial por parte del Congreso. Pero ¿deberíamos desear que tengan éxito?

Los puntos a favor son sencillos: los acuerdos plurilaterales son actualmente la mejor manera de liberalizar el comercio mundial, dado el fracaso de las negociaciones multilaterales; sus nuevas normas y procedimientos ofrecen el mejor modelo para el futuro; y generarán significativas ganancias.

Estos argumentos son poderosos. Sin embargo, también existen argumentos en contra.

Con un capital político limitado, el enfoque en los acuerdos comerciales plurilaterales pudiera ocasionar el desvío de esfuerzos por parte de la OMC. Eso, a su vez, pudiera socavar la autoridad de las normas globales. Jagdish Bhagwati, de Columbia University, recalcó tales riesgos. Por otra parte, los acuerdos comerciales preferenciales pudieran ocasionar la distorsión de complejas cadenas globales de producción.

Otra preocupación es que Estados Unidos está utilizando su influencia para imponer regulaciones que no benefician a sus socios. Yo me preocuparía menos acerca de las normas laborales y ambientales, aunque pudieran ser inapropiadas, que de la protección de la propiedad intelectual. No es cierto que establecer estándares más estrictos debe beneficiar a todo el mundo. Por el contrario, si los estándares de Estados Unidos se impusieran, los costos pudieran ser extremadamente altos.

Por último, es poco probable que las ganancias económicas sean significativas. El comercio ya se ha liberalizado sustancialmente, y las ganancias disminuyen a medida que disminuyen las barreras. Un estudio del TPP llevado a cabo por el Peterson Institute for International Economics en Washington sugiere que el aumento de los ingresos reales de Estados Unidos estarían por debajo del 0,4 por ciento del ingreso nacional. Un estudio del TTIP publicado por el Centre for Economic Policy Research en Londres augura cifras ligeramente superiores para la UE y Estados Unidos. La finalización del TPP y del TTIP pudiera aumentar los ingresos reales estadounidenses en unp por ciento del PIB; esta cifra no es totalmente insignificante, pero no es de gran magnitud.

El acuerdo EEUU-UE no presenta preocupaciones sobre la capacidad de Estados Unidos de intimidar a sus socios. En el comercio, las dos partes están a la par. Sin embargo, existen otras tres preocupaciones relacionadas con el TTIP.
En primer lugar, Jeronim Capaldo de la Tufts University ha argumentado que los cálculos de las ganancias ignoran los costos macroeconómicos. Su enfoque keynesiano argumenta que la UE va a perder la demanda a causa de una caída en su superávit comercial. Ésto es absurdo. Los problemas macroeconómicos deberían abordarse con políticas macroeconómicas.

La política comercial tiene metas diferentes.

En segundo lugar, algunas de las barreras que están tratando de eliminar reflejan diferentes actitudes ante el riesgo. Los negociadores tendrán que concebir un texto que permita la coordinación de los procedimientos reglamentarios –sobre las pruebas de drogas, por ejemplo–, sin imponer sus propias preferencias. Si los europeos no quieren organismos modificados genéticamente, se les debe permitir preservar esa preferencia. Si la política comercial se entremete en asuntos tan delicados, fracasará.

Por último, encontramos el polémico asunto de la resolución de controversias inversionista-Estado. Muchos se quejan de que los sistemas que favorecen los negocios pueden poner en riesgo a las decisiones políticas, tales como los sistemas de salud financiados públicamente o el derecho de controlar los precios de los medicamentos. Los negociadores lo niegan fervientemente. Más les vale que tengan la razón.

Al final, los resultados del TPP y del TTIP probablemente serán positivos, pero modestos. Sin embargo existen riesgos.

Estos acuerdos no deben convertirse en una alternativa a la OMC o en un intento de marginar a China con respecto a la toma de decisiones acerca de la política comercial. Tampoco deben utilizarse para imponer regulaciones perjudiciales o subvertir las legítimas. Hay que tener cuidado. La extralimitación pudiera resultar contraproducente, incluso para la causa de la liberalización del comercio mundial.

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