lunes, 5 de noviembre de 2012

Modelos de acumulación en el Cono Sur - II

Por su parte, en Brasil el consenso en torno a la política económica viene dada por la hegemonía de la burguesía industrial paulista, cuyo interés particular ha sido también el interés general. Desde los ´60, los gobiernos que se han sucedido en el poder, tanto democráticos como autoritarios, socialdemócratas o liberales, han seguido una estrategia desarrollista, articulando una economía de mercado coordinada por un Estado interventor, con fuerte énfasis en la producción industrial. Aun en tiempos de auge del Consenso de Washington, el presidente Fernando Henrique Cardoso llevó a cabo un modelo heterodoxo de liberalización, protegiendo sectores estratégicos y preservando las capacidades estatales. El crecimiento económico exponencial de los últimos años devino en el tan ansiado despegue, permitiéndole a Brasil convertirse hoy en una potencia entre los países emergentes, líder indiscutido de la región que pugna por consolidarse en tanto actor global. En términos sociales, el país ha ido revirtiendo paulatinamente muchas de sus deudas más apremiantes (sociedad históricamente desintegrada, los analfabetos brasileros, que en la década de los ´70 alcanzaban un 30%, recién estuvieron habilitados para votar en 1988). 
Desde el primer gobierno de Lula, la bonanza económica ha implicado también un robustecimiento de las capas medias y una mejora relativa de los sectores populares, impulsado en parte por planes sociales extendidos. Veamos ahora cuál ha sido, a grandes rasgos, la trayectoria recorrida por la Argentina. Entre 1976 y 2001, en el país se estructuró, con desigual intensidad, un modelo económico neoliberal que combinó bajas tasas de crecimiento, marcada retracción de la producción industrial, aumento exponencial del endeudamiento externo y pérdida de los salarios reales. 
En un movimiento pendular brusco, el país pasó de contar con el Estado de Bienestar más articulado de Latinoamérica a aplicar con recelo las recetas económicas que impulsaban las reformas de mercado. Las consecuencias sociales de esta experiencia fueron muy profundas; más de 50% de pobreza y 25% de desocupados, en el contexto de una sociedad excluyente y fragmentada como nunca antes lo había estado. La reversión del neoliberalismo, como todos los grandes acontecimientos de nuestro país, fue también sorprendente. La devaluación de 2002 marcó el fin del agotado modelo de valorización financiera y desmantelamiento de la estructura productiva. 
En un giro copernicano, la reconfiguración de alianzas que aglutinó el kirchnerismo estructuró un nuevo modelo de acumulación. Con un tipo de cambio competitivo, el Estado comenzó a apropiarse del excedente de la renta agraria producto del boom de las commodities, que permitió dinamizar el mercado interno en base al auge del consumo y la inversión. Impulsado por la reactivación de la industria manufacturera y la construcción, entre 2003 y 2011 Argentina tuvo, en promedio, un crecimiento a tasas chinas, abrupta caída del desempleo y buenos rendimientos comerciales y fiscales. La recomposición salarial, combinada con una ambiciosa política social, mejoró indudablemente la posición relativa de los sectores populares.

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