Por su parte, en Brasil el consenso en torno a la política
económica viene dada por la hegemonía de la
burguesía industrial paulista, cuyo interés particular ha
sido también el interés general. Desde los ´60, los
gobiernos que se han sucedido en el poder, tanto
democráticos como autoritarios, socialdemócratas o
liberales, han seguido una estrategia desarrollista,
articulando una economía de mercado coordinada por
un Estado interventor, con fuerte énfasis en la
producción industrial. Aun en tiempos de auge del
Consenso de Washington, el presidente Fernando
Henrique Cardoso llevó a cabo un modelo heterodoxo
de liberalización, protegiendo sectores estratégicos y
preservando las capacidades estatales. El crecimiento
económico exponencial de los últimos años devino en
el tan ansiado despegue, permitiéndole a Brasil convertirse hoy en una potencia entre los países
emergentes, líder indiscutido de la región que pugna por consolidarse en tanto actor global.
En términos sociales, el país ha ido revirtiendo paulatinamente muchas de sus deudas más
apremiantes (sociedad históricamente desintegrada, los analfabetos brasileros, que en la década de
los ´70 alcanzaban un 30%, recién estuvieron habilitados para votar en 1988).
Desde el primer
gobierno de Lula, la bonanza económica ha implicado también un robustecimiento de las capas
medias y una mejora relativa de los sectores populares, impulsado en parte por planes sociales
extendidos.
Veamos ahora cuál ha sido, a grandes rasgos, la
trayectoria recorrida por la Argentina. Entre 1976 y
2001, en el país se estructuró, con desigual intensidad,
un modelo económico neoliberal que combinó bajas
tasas de crecimiento, marcada retracción de la
producción industrial, aumento exponencial del
endeudamiento externo y pérdida de los salarios
reales.
En un movimiento pendular brusco, el país pasó
de contar con el Estado de Bienestar más articulado
de Latinoamérica a aplicar con recelo las recetas
económicas que impulsaban las reformas de mercado.
Las consecuencias sociales de esta experiencia
fueron muy profundas; más de 50% de pobreza y 25%
de desocupados, en el contexto de una sociedad excluyente y fragmentada como nunca antes lo había
estado.
La reversión del neoliberalismo, como todos los grandes acontecimientos de nuestro país, fue
también sorprendente. La devaluación de 2002 marcó el fin del agotado modelo de valorización
financiera y desmantelamiento de la estructura productiva.
En un giro copernicano, la reconfiguración
de alianzas que aglutinó el kirchnerismo estructuró un nuevo modelo de acumulación. Con un tipo de
cambio competitivo, el Estado comenzó a apropiarse del excedente de la renta agraria producto del
boom de las commodities, que permitió dinamizar el mercado interno en base al auge del consumo y
la inversión. Impulsado por la reactivación de la industria manufacturera y la construcción, entre 2003 y
2011 Argentina tuvo, en promedio, un crecimiento a tasas chinas, abrupta caída del desempleo y
buenos rendimientos comerciales y fiscales. La recomposición salarial, combinada con una
ambiciosa política social, mejoró indudablemente la posición relativa de los sectores populares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario