miércoles, 22 de marzo de 2017

Brasileños sufren, pero el país apunta hacia un mejor futuro

El año pasado fue brutal para la arquitecta brasileña Viviane Mendes, y parece que 2017 será un año aun más precario.

Conforme Brasil padece la peor recesión en su historia, su compañía, que se especializa en diseñar supermercados para servir a las alguna vez crecientes clases medias, está a punto del colapso.

En la compañía que antes contaba con 12 empleados sólo quedan Mendes y su socio. Ella se vio forzada a cerrar su oficina y dejar su apartamento. No tiene suficiente dinero para mantener su coche y ha tenido que sacar a su hija de la escuela privada y mandarla a una de educación pública, la cual es desdeñada por los brasileños pudientes debido a la mala calidad de la enseñanza y los establecimientos.

En Brasil, no sólo los trabajadores comunes están sin trabajo, dijo Mendes. “Hay muchos jefes en la calle buscando empleo”.

Las dificultades económicas de Mendes y de muchos otros brasileños se contrastan con las fortunas de la bolsa de valores y de divisas del país, que se han fortalecido notablemente este año debido al optimismo provocado por la idea de que ha tocado fondo lo que algunos denominan la “depresión brasileña”.

El Gobierno reveló la semana pasada que el PIB se encogió 3,6 por ciento el año pasado después de bajar de manera similar en 2015, con una caída de 0,9 por ciento en el cuarto trimestre comparado con el anterior. Sin embargo, declaró que la recesión estaba llegando a su fin.

“La economía brasileña ha comenzado a mostrar señales de crecimiento”, afirmó Henrique Meirelles, ministro de Finanzas.

La economía de Brasil comenzó a declinar después de que la expresidenta de izquierda Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, asumió la Presidencia en 2011 justo cuando el superciclo de las materias primas estaba llegando a su fin.

Cuando fue destituida el año pasado por cargos de manipulación del presupuesto federal, su sucesor Michel Temer, del partido centrista Movimiento Democrático Brasileño, heredó una mezcla de alta inflación y tasas elevadas, una economía en declive y un enorme déficit presupuestario.

Temer pasó una reforma para controlar el déficit presupuestario y comenzó a abordar lo que algunos analistas han descrito como el costo insostenible de las pensiones en el país.

La inflación comenzó a declinar y se está acercando al punto medio del rango objetivo del banco central de 4,5 por ciento por primera vez desde 2012, y el banco ha comenzado a recortar el tipo de interés de referencia.

Los inversionistas han aplaudido los cambios. El índice referencial Ibovespa ha subido 32,7 por ciento en los últimos 12 meses y la moneda de Brasil, el real, se ha apreciado 13 por ciento frente al dólar.

La mayoría de los economistas concuerdan en que la economía está lista para la recuperación, pero que será lenta debido a una desaceleración más profunda de lo esperado a finales del año pasado.

La pregunta central para Temer y su coalición es cuán rápidamente pueden restaurar el crecimiento para detener el creciente desempleo antes de la próxima elección en 2018, afirman los analistas.

La tasa de desempleo fue de 12,6 por ciento en enero, con 12,9 millones de personas sin empleo, 3,3 millones más que hace sólo un año.

El Presidente ya está bajo presión de las investigaciones de la corrupción en Petrobras, la compañía petrolera estatal, en la que él y los miembros de su Gobierno de coalición han sido citados. Temer niega las acusaciones.

También tiene un bajo índice de aprobación, ya que sólo 10 por ciento de los brasileños califica su Gobierno como bueno o excelente en una encuesta realizada por el encuestador Datafolha en diciembre.

Para detener el incremento en el desempleo, la economía necesitaría crecer entre 1 y 1,5 por ciento, dijo Ramos, añadiendo que esperaba que se estabilizaría en la segunda mitad de 2017.

La mayoría de los brasileños no puede esperar mucho más, como la empresaria Kecy Kelly Albuquerque de Medeiros quien reside en la ciudad de Natal en el noroeste del país.

La restaurantera se vio forzada a dejar su negocio de sushi después de que se colapsaron las ventas el año pasado. Su otro restaurante, que ofrece comida tradicional brasileña (la cual es más económica) también está sufriendo debido a la falta de clientes.

Ha tenido que renegociar el pago de las tarjetas de crédito, sacar a su hija del preescolar y vender muebles para sobrevivir.

“Estoy viendo a un psicólogo porque no puedo dormir”, afirmó.

Hasta aquellos que aún están empleados están temerosos de que las cosas van a empeorar. “Conozco a muchas personas que han perdido el trabajo y no han podido encontrar uno nuevo”, dijo Luciano Santos, un conductor de camiones. Agregó que si se quedara sin trabajo, viviría con su madre, pero que su mísera pensión no sería suficiente para mantener a los dos.

“Dicen que las cosas van a mejorar este año. Ya veremos”, dijo Santos. “Hay que seguir adelante. Si te pasas todo el tiempo preocupándote porque vas a perder tu trabajo te puedes volver loco”.

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