Los planes de restructuración económica, la falla de la Responsabilidad Social Corporativa en
garantizar que las empresas transnacionales respeten el medio ambiente, los derechos humanos y
leyes de los países donde operan y el fracaso del llamado “desarrollo sostenible” en mejorar los
problemas de desigualdad, exclusión y pobreza sin empeorar el deterioro del medioambiente
demuestran que los principios neoliberales y el crecimiento económico no llevan al “progreso” que
busca la mayoría. (3)
Sin embargo, a pesar de las obvias y múltiples pruebas, constatadas a lo largo de décadas, que
demuestran que el mercado no representa la solución a las metas sociales de desarrollo ni que el
crecimiento económico, y el consumo ilimitado, son posibles en un planeta con recursos finitos, las
empresas transnacionales, gobiernos y élites que se benefician de estas ideas siguen buscando
nuevas maneras de hacer incuestionable la singularidad del crecimiento económico como solución a
las múltiples crisis a la que nos enfrentamos.
Así que en el mes de junio de 2012 en Río de Janeiro, Brasil, en la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río+20), se buscó aprobar un nuevo término: la “Economía
Verde”. Igual que la Responsabilidad Social Corporativa ha sido utilizado para el lavado verde de las
empresas transnacionales, la “Economía Verde”, pretende hacer lo mismo pero ahora con un
respaldo institucional mucho más extenso: empresas transnacionales, gobiernos, agencias de
cooperación, instituciones multilaterales y hasta la misma ONU.
Estos actores están cada vez más alineados y aliados para garantizar las ganancias y aumentar el
poder del sector privado.
A través de los mecanismos de la “Economía Verde”, como la valorización y
la internalización de “Capital Natural” en la economía (léase mercantilización y privatización de la
naturaleza y servicios ambientales), inversiones en nuevas “Tecnologías Verdes” (con enormes
riesgos ambientales) y un enfoque en la reducción de emisiones (sin priorizar el equilibrio ecológico)
estos poderes económicos renovarán el modelo que les mantienen, a la vez de aumentar su potencial
para nuevas ganancias desde la explotación y privatización de la naturaleza e inversiones en el sector
verde. (iv)
Brasil es un actor crucial en Latinoamérica y el mundo en la conformación y promoción de las
propuestas que componen la “Economía Verde” a la vez de jugar el rol de modelo para la puesta en
práctica de los principios de este nuevo concepto. El modelo que está implementando Brasil ha
permitido que sea una potencia económica en América Latina (aunque también ha determinado que
sea el país con mayor desigualdad en la región) y está resultando en una serie de catástrofes
ambientales y sociales. (4)
Además, para poder satisfacer la demanda insaciable de recursos naturales y energía que alimenten
sus industrias y mercados, Brasil (y China 5) está ejerciendo su influencia, conjuntamente con
empresas brasileras, bancos de desarrollo e instituciones multilaterales, sobre los demás países de la
región. Sus políticas en América Latina incluyen la apertura de mercados a productos brasileros, la
promoción y financiamiento de una serie de megaproyectos para la generación de energía y
transporte de productos, la expansión de la frontera agrícola y el acceso a materias primas.
El requerimiento de Brasil de grandes cantidades de materias primas y el impulso de las
mencionadas políticas incentivan a países como Bolivia y Ecuador a seguir basando sus economías
en el neo-extractivismo, en detrimento de sus sociedades, el medioambiente y el avance hacia el
concepto suscrito por estos gobiernos, el Buen Vivir. (6)
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