A pesar de que los gobiernos de Bolivia y Ecuador han abandonado el camino hacía el Buen Vivir (en
práctica…el discurso sigue), la propuesta del Buen Vivir ha llamado la atención de personas y
movimientos del mundo entero que están en búsqueda de alternativas viables al modelo convencional
basado en el consumismo y crecimiento económico ilimitado.
¿Pero qué es exactamente el Buen Vivir?
No hay una sola definición. Como nos muestran claramente
Gudynas y Acosta (2012) (iii) el Buen Vivir es una propuesta en plena construcción que incorpora y
está abierto a una pluralidad de conceptos donde los saberes indígenas se encuentran con la
sociedad occidental.
Existen varias versiones e interpretaciones del Buen Vivir, como las que se encuentran en las
constituciones de Bolivia y Ecuador.
Entre los puntos que llevan en común son el enfoque en el
bienestar de las personas y una “plenitud de vida”, la necesidad de convivir con un nuevo tipo de
relación con la Naturaleza que reconoce su valor intrínseco y limitaciones físicas, y de cambiar el rol,
posición y mecanismos del mercado y las formas de relacionarnos económicamente.
Más fácil que definir el Buen Vivir es identificar lo que no es: el Buen Vivir no es un nuevo modelo de
desarrollo, sino una alternativa al desarrollo que va más allá del mismo concepto de desarrollo,
concepto que ha sido degradado y manipulado en los últimos 40 años hasta llegar a su extremo
perverso actual, en el cual sirve como herramienta de empresas transnacionales, instituciones
multilaterales, gobiernos y la élite económica para defender y justificar el consumismo y crecimiento
económico a todo costa. El concepto de desarrollo reaparece cada cierto tiempo junto a nuevos
términos para asociarlo a características de respeto ambiental y social como lo que fue el desarrollo
sostenible y lo que ahora es la Economía Verde.
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