lunes, 16 de noviembre de 2015

Beijing no puede controlar ni los bebés ni los bancos

El Partido Comunista de China ha hecho dos recientes cambios políticos altamente simbólicos. Ambos apuntan hacia una retirada de importantes áreas de la vida de las personas: sus habitaciones y sus cuentas bancarias. Fue el primer cambio (el eliminar la política de hijo único) el que se robó todos los titulares. Pero es el segundo (la eliminación aparentemente subrepticia de un límite de las tasas de depósitos bancarios) el que probablemente podría augurar un cambio más significativo.

La eliminación de la política de hijo único después de tres brutales décadas realmente representa un hito importante. La política, introducida en 1979, fue el ejemplo más gráfico del instinto controlador del partido comunista. También fue el más odiado. Los millones de funcionarios oficiales encargados de hacer cumplir la política (a través de multas, esterilizaciones e incluso abortos forzados) se encuentran entre los más despreciados. Tan recientemente como en 2012, las fotografías en línea publicadas por los familiares de una mujer forzada a abortar un feto de siete meses de edad provocaron indignación.

Los efectos en la sociedad han sido igualmente grotescos. Debido a la preferencia por los varones, los abortos selectivos han dado lugar a una de las proporciones de los sexos más tergiversadas del mundo. En su peor momento, durante el 2008, había 120 niños nacidos en China por cada 100 niñas.

Por lo tanto, poner fin a la política es un hecho inequívocamente bueno desde el punto de vista de los derechos humanos.

Pero como medida práctica puede que surta un efecto limitado. Para comenzar, todavía no está claro cuán dramático fue el impacto que tuvo. La mayor caída en la tasa de fecundidad de China (nacimientos por mujer) se produjo en la década anterior a la introducción de la política.

Entre 1970 y 1979, se redujo a la mitad, de 5,8 a 2,8. Desde entonces, ha caído muy por debajo del 2,1 necesario para mantener una población estable. Eso puede deberse más a la creciente prosperidad y urbanización que a la política en sí.

Incluso si la tasa de fertilidad pudiera elevarse de un día para otro, los efectos no serían evidentes sino hasta décadas después. China ya es una de las sociedades de más rápido envejecimiento del planeta. Para 2030, China tendrá el mismo perfil de edad que Japón, cuya economía no ha crecido en términos nominales en 20 años. Según la ONU, la población en edad de trabajar de China se reducirá en un 10 por ciento durante los próximos 15 años. Aquellos años durante los que se podía lograr un fácil crecimiento desplazando gente de la granja a la línea de montaje se han acabado. Si China ha de alcanzar su meta de convertirse en un país rico, necesitará innovar. También debe tratar de alcanzar la meta para 2030.

Después de ese año los vientos demográficos en su contra serán intensos.

Y ¿qué sucede con el otro cambio? Eliminar el límite de las tasas de depósito es el paso más reciente en la desregulación de las tasas de interés internas. Durante muchos años, las tasas de depósito se han mantenido artificialmente bajas. Esto permitió que el Estado reciclara los altos ahorros domésticos en industrias favorecidas a través de tasas de interés de préstamos artificialmente bajas. En China, por ejemplo, "la supresión financiera" encontró un paralelo en la política de hijo único. En ambos casos, los intereses de los individuos fueron sacrificados para el beneficio de los del Estado.

Así como la política de hijo único hace mucho tiempo se volvió contraproducente, de igual manera los instintos del partido de controlar la economía arriesgan el obstaculizar el reequilibrio que buscan lograr. China necesita actualmente una mejor asignación de su capital. Es necesario invertir menos dinero en la industria pesada, y más en los servicios y en las industrias innovadoras, muchas fuera del control gubernamental. China también necesita que una mayor porción del ingreso permanezca en los bolsillos de la población para que pueda gastar más.

Si dura, el poner fin a la represión financiera es un paso importante hacia la dirección correcta. Éste representa un paso entre un sinnúmero de medidas establecidas después del tercer pleno del Partido Comunista hace dos años. El documento resultante, que previó un "papel decisivo" de los mercados, incluyó menos subsidios a las empresas de propiedad estatal, más énfasis en el consumo y menos intervención por parte del Estado.

El progreso ha tenido altibajos. Cuando el mercado de valores comenzó a derrumbarse y cuando un cambio en el sistema del tipo de cambio causó estragos, los antiguos instintos de intervenir se manifestaron de inmediato. El más reciente plan de cinco años (un concepto con un matiz decididamente soviético) pone la mayoría del énfasis en duplicar la producción de 2010 para 2020. Esto implica un crecimiento de un 6,5 por ciento durante el resto de la década. Si el ritmo se desacelera, puede que la tentación sea invertir en el relanzamiento económico de las viejas partes de la economía, precisamente los sectores que un sistema bancario verdaderamente liberalizado rechazaría o penalizaría con tasas de interés en préstamos más altas. La característica de "parar y comenzar" de las recientes reformas sugiere que existen facciones del Estado que desean retirarse de la planificación económica y facciones que están reacias a abandonarla. La misma tensión debe haber sido responsable de mantener la política de hijo único vigente mucho tiempo después de su "fecha de caducidad".

Sin embargo, el Partido Comunista sólo tiene que dirigir su mirada al otro lado del Estrecho de Taiwán para ver los límites del control. En Taiwán, donde la gente está en libertad de tener tantos bebés como deseen, la tasa de fecundidad es, precisamente, de 1,0. En la China de “hijo único” es de 1,6. Como Hans Rosling, un académico sueco, dijo, "existen fuerzas en el dormitorio que son más fuertes que el Partido Comunista". Esto se aplica igualmente a las fuerzas del mercado, por lo cual es que son tan aterradoras.

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