martes, 1 de agosto de 2017

Debilitado, EEUU se halla solo



El mayor desafío que plantea la presidencia de Donald Trump no es que despliegue el poderío estadounidense contra el bien común mundial. Es que demuestra cuán débil se ha vuelto Estados Unidos.

Recordemos el discurso inaugural de Trump. La frase que ha resonado en todo el mundo es "Estados Unidos primero", pero la más significativa que usó es esa otra, más cerrada: "la masacre estadounidense". ¿Qué tipo de país se describe a sí mismo, en palabras de su más alto líder, no menos, en tales términos? No uno que se sienta fuerte.

Algunos estadounidenses tal vez no reconozcan las condiciones distópicas que su discurso describió, pero un enorme grupo seguramente sí lo hace. La decadencia estadounidense no es un producto de la imaginación de Trump. La economía de ese país ha dejado a un sinnúmero de personas con salarios estancados durante décadas. Es una economía en la que millones de personas menos tienen un empleo que en el pico del año 2000, y que todavía deja a decenas de millones sin un seguro médico aceptable.

Es una economía punteada de ciudades que estaban prosperando en tiempos de los cuales se tiene memoria, pero que han sido devastadas por la pérdida de empleos en las fábricas, perdidos porque la automatización hizo que las plantas fueran demasiado productivas para necesitar tanta labor humana como antes, o porque el fracasar en haber automatizado la producción las volvió poco competitivas frente a los rivales.

Sobre todo, es una economía en la que siglos de avance contra la mortalidad han dado marcha atrás en el caso de los estadounidenses de mediana edad de bajo nivel educativo, quienes están muriendo de las aflicciones de unas vidas destrozadas y de unas comunidades descompuestas: sobredosis de drogas, enfermedad hepática y suicidio.

Un profundo cambio económico también ha afectado a otras economías avanzadas, pero los otros países no han dejado que la globalización se interponga en su gestión. Estados Unidos es débil no porque ha sido excepcionalmente burlado por los extranjeros de una edad de oro en los trabajos de fábrica, sino porque ha fracasado en crear un futuro próspero para todos a nivel doméstico.

Por lo tanto, el despotricar de Trump en contra de Washington no carece de fundamento. La disfunción económica ha sido acompañada durante mucho tiempo de una gobernanza claramente inadecuada. La devastación de la crisis financiera global (la cual fue, en esencia, una crisis financiera estadounidense insospechada por su sistema regulador) siguió a la enorme incompetencia del manejo de George W. Bush del huracán Katrina y de su aventurerismo en Irak.

El discurso de Trump en Polonia antes de la cumbre del Grupo de los 20 (G20) fue la versión internacional de su discurso de la "masacre estadounidense". El Presidente lo presentó al mundo occidental como mortalmente amenazado por las fuerzas destructivas debido a la decadencia dentro de sí mismo de la misma manera en la que había presentado a Estados Unidos como un país en decadencia a merced de los corruptos líderes durante su discurso inaugural.

Pero si bien puede que Trump sea un exaltado profeta de la decadencia estadounidense, él está equivocado acerca del mundo más amplio. Si otros países occidentales muestran una silenciosa confianza ante Trump, es porque tienen razones para hacerlo. Su impenitente globalismo es sorprendente. La reconsagración de Canadá a su destino globalista coincide con su ambiciosa bienvenida de refugiados. Europa y Japón están creando una de las áreas de libre comercio más grandes del mundo. La Unión Europea (UE) se ha comprometido a no retirarse de la globalización y más bien plasmarla en sus valores de solidaridad. Japón está liderando al resto de los despreciados socios del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) del que Trump se ha retirado, en un esfuerzo por completar la liberalización del comercio sin la participación estadounidense.

¿Qué lecciones podemos obtener de este contraste? Primero, que hay que tomar en serio la teatralidad del populismo. El populismo, paradójicamente, mezcla el machismo con un enfoque incesante en la debilidad, pero achaca la debilidad a elementos que deben ser expulsados, dando carta blanca a los verdaderos representantes del pueblo.

Segundo, que esto empeora el problema que los populistas prometen resolver. Profundiza las divisiones existentes y paraliza la política democrática. Para los líderes con aspiraciones totalitarias, puede que eso sea parte de un plan. Para otros, es simplemente una profecía autocumplida. No hay que ir más allá del ejemplo de Reino Unido, una nación que ha actuado basándose en una creencia equivocada de que su fuerza ha sido socavada por el orden liberal global (en la forma de la UE), sólo para arrojarse a un verdadero desorden político y a la indecisión.

Tercero, que no cabe duda de que el enfrentamiento entre populismo y globalismo es teatral, pero es un teatro de lo grotesco que expresa la realidad tergiversándola. Los que más tratan de proyectar fuerza son aquellos con la mayor debilidad doméstica que ocultar. Los líderes de los países armoniosos no tienen necesidad de presumir.

Cuarto, que es en los países donde la desintegración social y económica al estilo estadounidense es más visible en los que el orden liberal global es más controvertido: sobre todo Reino Unido, pero también Francia e Italia. El resto del Occidente debe redoblar esfuerzos para mejorar las protecciones sociales que han mantenido la decadencia bajo control por ahora.

Alemania es de especial importancia: sus reformas laborales hace 15 años han producido un preocupante aumento de la desigualdad y del trabajo precario. No debe repetir los errores de Estados Unidos.

Por último, el orden liberal global está representado por más que Estados Unidos. Sus restantes partidarios aspiran a continuar colectivamente forjando la unidad de propósito que Estados Unidos no puede ni siquiera lograr domésticamente. Hace unas décadas, eso habría sido impensable. Hoy en día, puede que simplemente sea cierto que el aislacionismo estadounidense será más perjudicial para el propio Estados Unidos.

El presidente estadounidense solía ser considerado como el líder del mundo libre. Los amigos occidentales de Estados Unidos están descubriendo que ya no pueden depender de él, pero el cambio verdaderamente transformador es que posiblemente descubran que ya no necesitan hacerlo, y que Estados Unidos necesita al mundo más que al contrario.

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