Los pronósticos son menores a los estimados a abril de este año, como se observa en el gráfico, con un crecimiento moderado del producto mundial del 3,1% en 2015 y 3,6% en 2016, una leve recuperación de las economías avanzadas en torno al 2% y la continuación en la desaceleración de las economías emergentes y en desarrollo en 2015 a un 4% y a 4,5% en 2016.
Entre las causas de esta moderación del crecimiento, según el FMI, está un listado que mezcla un popurrí de factores de oferta y demanda, como en el caso de la persistencia de un bajo crecimiento de la productividad, la inversión persistentemente baja, "la baja demanda agregada…. que desalienta la inversión, generando un círculo vicioso”, el envejecimiento de la población en algunos países y, en otros, las deficiencias institucionales o la inestabilidad política.
Recién parece preocuparse el FMI por la contracción de la demanda agregada y especialmente por la baja inversión.
Sin embargo, sus recomendaciones siguen siendo tan innovadoras como siempre: las economías de mercados emergentes y en desarrollo deben estar preparadas para la normalización de la política monetaria en Estados Unidos; las economías avanzadas deben seguir haciendo frente a las secuelas de la crisis; se debería seguir aplicando una política monetaria acomodaticia, respaldada por medidas fiscales, pero sólo -ojo- "cuando el espacio fiscal lo permita”.
Lo novedoso es que finalmente y enhorabuena, el FMI termina aceptando a regañadientes que "se justifica la inversión en infraestructura en un momento en que las tasas de interés reales a largo plazo se mantienen muy bajas”, concluyendo con una lección aprendida en Introducción a la Economía: la inversión es una forma de estimular el crecimiento potencial del producto.
El problema de fondo es que no se ha podido superar las causas y efectos de la crisis financiera de 2007-2009, cuyo ciclo financiero en su fase descendente aún no terminó y que se expresa en la alta volatilidad financiera y en la elevada aversión al riesgo. Recordemos lo que dice el Banco de Pagos Internacionales, que "los ciclos financieros difieren de los ciclos económicos.
Los primeros abarcan las interacciones de refuerzo mutuo entre percepciones de valor y riesgo, asunción de riesgos y restricciones de financiación que se traducen en fases de expansión y contracción financieras. Suelen ser más amplios que los ciclos económicos y pueden dar paso a depresiones cuando ambos coinciden y se refuerzan”.
Así, la aparente recuperación sólo se dio en la inversión financiera, en la compra de acciones y bonos, pero no en la inversión productiva, debido a tasas de interés cercanas a cero, a la que se acomodaron las empresas y bancos, con un elevado endeudamiento del sector privado que puede socavar la sostenibilidad del crecimiento económico.
La cuestión de fondo, que el FMI no entiende, ya que insiste en su cautela fiscal, es casi similar al que se enfrentó con la crisis de 1830: cómo reactivar la inversión y el consumo, que son los dos componentes de la demanda agregada.
En la medida que el sector privado siga con su aversión al riesgo es necesaria la intervención del Estado con aumento del gasto fiscal, tanto para aumentar la inversión como para expandir el consumo. Como dijo Krugman en su blog, en tiempos no normales como los que vivimos "la prudencia fiscal convencional es una tontería peligrosa”.
El razonamiento de Krugman es que los bancos centrales hasta ahora imprimieron cantidades de dinero, la relajación cuantitativa, para comprar activos dudosos. Pero como no existe "un verdadero castigo por sentarse sobre el efectivo, al estar las tasas de interés cercanas a cero”, termina inactivo en las reservas de los bancos.
Lo que se debe hacer es financiar los déficit fiscales con dinero impreso por los bancos centrales, y con ese dinero financiar el gasto de inversión y en consumo, para reactivar el crecimiento. Viva Keynes.
* El autor, economista, fue presidente del
Banco Central de Bolivia.
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