Esta evaluación es atractivamente sencilla. Pero no cuadra con la realidad.
EEUU y muchos países europeos están cuestionando los beneficios de la globalización y enfocándose en sí mismos. Pero hasta el momento, lejos de llenar el vacío creado por un alejamiento de Occidente, Beijing se está entregando a su propia cepa de aislacionismo. Es cierto, el presidente Xi Jinping viajó recientemente a Davos, Suiza, para defender la globalización frente a la élite mundial. Sin embargo, en China, el Gobierno está cerrando los flujos de capital y erigiendo diversas barreras para las empresas extranjeras. Asustadas por las grandes salidas de capital, las autoridades chinas han prohibido casi completamente la compra de divisas. El comercio transfronterizo está comenzando a pasar apuros.
Durante muchos años, China ha sido la nación que más mercancías comercia a nivel mundial, pero en 2016 las exportaciones y las importaciones chinas combinadas se redujeron en un 7 por ciento en términos de dólares, tras una caída del 8 por ciento en 2015. En otras palabras, el comercio es cada vez menos importante para las autoridades chinas, que han venido promoviendo el consumo interno durante años y cuyo plan "Hecho en China 2025" prevé una economía mucho más autosuficiente.
Al ser excluida del TPP desde el principio, China ha seguido con poco entusiasmo varias alternativas, incluido el Partenariado Económico Comprehensivo Regional. Pero estas alternativas están aún muy lejos de realizarse y, dado el desigual historial de China en la negociación de acuerdos multilaterales, y la animadversión entre China y muchos de sus vecinos, su futuro es incierto.
China seguirá buscando acuerdos comerciales bilaterales con países de la región. También seguirá considerando al comercio como un arma que puede utilizar para castigar a los países más pequeños que se salgan de la línea. Ejemplos recientes de ello son Corea del Sur, la cual ha enfrentado barreras comerciales no oficiales en China desde que anunció que instalaría un escudo antimisiles estadounidense; y Filipinas, donde las exportaciones de plátanos hacia China fueron bloqueadas en respuesta a las disputas territoriales en el Mar de China Meridional.
Las dilatadas negociaciones necesarias para el simple hecho de fijar una reunión trilateral para representantes económicos de China, Corea del Sur y Japón demuestran cuán poco realista es esperar un inminente acuerdo comercial regional encabezado por China, y mucho menos un nuevo orden económico mundial encabezado por China. El resultado más probable del rechazo de Trump al TPP será un vacío, y luego, cada uno por su cuenta. La caótica situación económica que sigue sólo aumentará el peligro de conflicto en una región repleta de armas nucleares, donde los agravios históricos siguen latentes y las potencias ascendentes tienen la intención de recuperar el territorio perdido.
Ante la retirada de EEUU, el escenario más optimista podría ser que China ocupara rápidamente el papel de potencia hegemónica regional, estabilizando una explosiva región. Sin embargo, China todavía no es capaz de asumir este papel, y quizás incluso, no quiere hacerlo.
El mejor resultado para China, EEUU y los países de Asia sería que Trump reconociera que todavía tiene una oportunidad para lograr un nuevo acuerdo comercial con una región que —mientras siga siendo pacífica— será la de más rápido crecimiento en el mundo durante muchos años.
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